lunes, 16 de mayo de 2011

Deberías saber

Deberías saber que a veces me río cuando duermo. A veces también canto dormida. No puedo dormir con la luz encendida y el estómago vacío, y prefiero las pijamas de algodón que las de seda. También reviso dos o tres veces las llaves de la estufa y el cerrojo de la puerta antes de dormir.

Debería decirte que no soporto un grifo que gotea, una madre que maltrata a su hijo, y una persona que no cruza las calles por las esquinas. No puedo pensar antes de desayunar, y a veces también es frecuente que no piense antes de hablar, pero nadie es perfecto.

Deberías saber, además, que adoro caminar, en especial si es colgada de tu brazo, porque soy muy torpe. A veces me caigo de la silla, y, ¡ay, Dios!, a veces también, estando de pie, me desplomo sin motivo. No puedo beber café sin tirármelo encima, y me es imposible comer sin ensuciarme las manos. Nunca brillaré en sociedad.

Debería hablarte un poco sobre mis excentricidades: uso el reloj en la muñeca derecha (soy diestra), para recordarme que lo único que tenemos en la vida es tiempo. Religiosamente me lavo la cara todas las noches; también, religiosamente, escribo al menos una página todos los días, y lo he hecho todos los días de mi vida desde los quince años. El primer libro que leí fue Cien Años de Soledad, aunque eso ya lo sabías, pero deberías saber que siempre vuelvo a él, sobre todo para sentirme en familia. Nunca salgo de casa sin, al menos, haberme maquillado las pestañas, y soy tan torpe para mentir que lo evito a toda costa.

Deberías saber que soy curiosa y me gusta hacer de todo (excepto eso que tú sabes que nunca voy a hacer), y aunque hago de todo y lo hago mal, le pongo todo el corazón (excepto esa parte de mi corazón que sabes que te toca a ti). Aunque me gusta mucho la compañía de la gente, paso la mayor parte del tiempo en soledad (excepto cuando te pienso y entonces sé que me acompañas), y también, algunas veces, me siento sola aunque esté rodeada de gente porque no sé expresar lo que me pasa por la cabeza (es de esas raras veces en las que pienso antes de hablar).

Debería decirte que soy muy apasionada: lo que me gusta, me gusta al extremo del delirio, y lo que no me gusta, lo odio y lo aborrezco. Son pocas las cosas que caen en esa clasificación, por cierto, porque también soy hábil para encontrarle el lado amable a casi todo. Me gusta reír, aunque a veces me da mucha vergüenza hacerlo en público porque mi risa es muy escandalosa, y a veces también contagiosa. Otro motivo por el que nunca seré una socialité.

Debería platicarte sobre mis amores: los libros, los zapatos, los Beatles y los gatos. No tengo los pies más bonitos, pero caminarían contigo hasta el fin del mundo, especialmente con un buen par de tacones que, la verdad, me gustan mucho. Me sé de memoria todas las canciones de los Beatles, y te podría decir cuándo y cómo descubrí cada una, y a qué momento exacto de mi vida me remite. Y es que tengo memoria fotográfica, sobre todo para las imágenes. Soy muy visual, algo curioso para alguien que es miope y no vio el mundo con claridad hasta hace unos años.

Debería decirte que nunca me tomo demasiado en serio, de hecho protagonizo la mayoría de los chistes que me cuento, y a veces soy sarcástica. Esto es de familia y a veces no logro evitarlo, ni siquiera cuando se esperaría que fuera seria. Eso sí, lo que digo me lo tomo con una seriedad de pulmonía, y a veces me cuesta trabajo entender que la gente no es así, y les sale muy bien decir las cosas por decir, sin sentirlas.

Y para terminar, debería contarte que hace muchas noches soñé contigo, y sólo estoy aquí para ver si de verdad existes. Y existes. Y me hace feliz que así sea, y quisiera decirte todas estas cosas que deberías saber, pero a veces no me atrevo: son esas veces en las que te llamo y digo “sólo quería saludarte”, cuando lo que quiero decirte es todo esto, o quizá, simplemente, decirte que te quiero.