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lunes, 3 de octubre de 2011

Selenographia

En las notas perdidas que hiciera Johannes Hevelius para su Selenographia, sive Lunae descriptio, se dice que añadió marcas poéticas que ya prefiguraban la nomenclatura que se le da a la geografía lunar. Dichas marcas, hoy perdidas, pasaron de boca en boca en la familia de uno de sus alumnos, hasta que la familia tuvo que dejar Danzig (hoy Gdansk), donde el astrónomo nació y murió en el siglo XVII, cuando las tropas soviéticas destrozaron la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial. La fidelidad de las notas, así como su origen, es cuestionable, dado que no quedan registros físicos de que Hevelius, efectivamente, las escribiera alguna vez. Además, el traqueteo del latín al alemán moderno, al inglés, al español, seguramente han lastimado su sentido originario, y puede que ni siquiera sean, de cierto, las ideas originales nacidas de la pluma del científico polaco.

Lacus Somniorum: imaginar un futuro posible, todavía invisible.
En el árbol muerto del invierno habita la esperanza: el sueño imposible de sus flores y sus frutos. Así, soñar despiertos es el ritmo creador de la vida.

Mare Frigoris: la muerte por la muerte misma.
La poesía del último aliento, el rapto de la agonía. La lucha del día y la noche; la incapacidad de dejar ir, de soltar(se).

Oceanus Procellarum: odio, desengaño, decepción.
Querer lo que se quiere y no lo que se puede. Condenar a toda la humanidad por lo que un solo hombre ha cometido.

Mare Serenitatis: las segundas oportunidades.
Cada día es una oportunidad de recomenzar, de reinventarse, de resurgir. Amanecer para reinventarse, no para repetirse.

Mare Imbrium: renovación.
Mudar de piel, cambiar de ser de tanto en tanto. La lluvia refrescante que se lleva lo viejo con ella y da paso a lo mejor.

Mare Tranquilitatis: el auto engaño, la mala fe.
La duda mata; la ignorancia deja vivir. Y siempre le vemos la misma cara a la Luna.

Sinus Aestum: cambio, vaivén, transformación.
Ninguna ola es igual a la anterior, y aun así, su monótono vaivén es un cambio estable. Sólo podemos estar seguros de que todo cambia.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El once ese



¿Te acuerdas que miramos las pantallas como viendo en el espejo?

Era como en un enorme y perverso juego de ajedrez: las piezas comenzaron a moverse temprano esa mañana. Ocurría lo imposible; hacíamos historia mientras la mirábamos hacerse. Nos envolvía una especie de pánico incrédulo, todo era confusión, ira, llanto, dolor. No había mucho que entender, sólo mirar.

Jaque mate, antes del mediodía. El enemigo que no se podía ver, no se podía tocar, ni se sabía de dónde había salido. Jaque mate. Una bofetada brutal y tajante. Y todos éramos víctimas y testigos, y por un momento éramos uno con los neoyorkinos.

Jaque mate, pero, ¿luego qué? La inquietud de todas las voces, las preguntas en el aire. ¿Quién? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Quién está a salvo en este mundo de locos? ¿Qué se puede esperar en este mundo loco? ¿Quién jugaba al ajedrez?

Dentro de un juego retorcido cuyo objetivo se podía vislumbrar, pero que nadie veía claramente, estaba Manhattan bajo el polvo, y entre el polvo el rostro de una niñita oriental, batido de sangre. Gente saltando desde los pisos más altos de las Torres Gemelas. Vuelos comerciales secuestrados y sus pasajeros asesinados a sangre fría. Vidas humanas perdidas.

Ese día, miramos las pantallas y cruzamos el espejo. El futuro, aterrador, estaba ahí. Ahí en el once ese, ese que se recordará por siempre.

viernes, 22 de abril de 2011

La paz como no-guerra

He seguido con atención los comunicados de Javier Sicilia, especialmente el último video en el que convoca a una marcha nacional el próximo 8 de mayo. Me reservaré, por lo pronto, mi opinión sobre la marcha como herramienta de protesta, y más bien quisiera traer la atención a un problema un poco menos coyuntural.

El discurso de Felipe Calderón, al inicio de su sexenio, se centró en declarar la guerra contra el narco. En pocos meses, se hizo evidente que lo que eso implicaba –si bien no lo significaba–, era un recrudecimiento de la violencia, un aumento sin precedente de todos los delitos en todo el país (sólo en Nuevo León, por ejemplo, el homicidio aumento un 298% entre 2009 y 2010), y una creciente percepción de que las cosas se le han salido de control al Gobierno Federal. Casos como el del hijo de Javier Sicilia y sus amigos (si bien no son los únicos ni los primeros, y tristemente, todos los días vemos que tampoco serán los últimos), pusieron en evidencia que lo más fundamental, la vida de todos los ciudadanos, estaba en la línea de fuego, y sin mencionar lamentables declaraciones como que esos ciudadanos caídos son “daño colateral”, la gran publicidad de casos como el de Javier y Jorge, los alumnos del Tecnológico de Monterrey que fueron asesinados el año pasado sin que aún se sepa exactamente qué fue lo que pasó, y el del mismo Juan Francisco Sicilia y sus amigos, han hecho que la sociedad civil se movilice en torno a un discurso de “no a la guerra”, “no más sangre”, “ya basta”, y otras consignas igualmente razonables y quizá necesarias.

Pese a lo razonable, ese discurso del “no a la guerra” inquieta porque el problema se ha trasladado a la superficie, como ocurre siempre que la opinión pública se apodera de un tema en una sociedad mal educada, mal leída y, desde luego, mal alimentada. El problema de fondo no es la guerra contra el narco y terminarla: el problema son las causas profundas del narco, causas que, por otra parte, la situación económica y social de millones de familias han agudizado. Sin duda, los más aguzados analistas y opinadores estarán de acuerdo en que el problema de fondo no es el narco, sino la pobreza, la falta de empleo, y las poquísimas oportunidades de educación y superación. Y sin duda, quienes están pagando los platos rotos son los jóvenes, toda una generación perdida: según estadísticas judiciales más del 50% de delitos federales y del fuero común son cometidos por jóvenes de 14 a 29 años. Y si “Presunto Culpable” nos dice algo, es que muchos de los jóvenes que efectivamente acaban en las cárceles, ni son culpables ni tuvieron acceso a una justicia de verdad. Parece que la consigna es acabar con los jóvenes de esta generación, bien llenando con ellos las cárceles, o de plano orillándolos a las filas de los grupos delictivos.

Más aún: el problema en la superficie del discurso es que se cree que la paz es la ausencia de guerra. Justamente el discurso de la sociedad civil se ha vertido sobre la idea de que no queda claro qué es ganar la guerra contra el narco, y el reclamo, sin duda justo, justificado, moral y necesario, es que deberíamos tener derecho a vivir, y sobre todo, a ejercer nuestros derechos en paz. Lugares comunes se han vuelto la necesidad de mayor presencia del ejército, o sacarlo de la calle del todo (dependiendo de qué tan corrupta se percibe la policía local); mayores penas para los delitos como el secuestro y el homicidio (como si automáticamente esto constituyera un desincentivo para ellos); legalización de las drogas (como si el asunto del narco estuviera ligado sólo a drogas, y no también al a tráfico de armas, de personas, pornografía infantil, lavado de dinero, piratería, y otras más). Todas estas ideas, junto al reclamo de “no más sangre”, ni siquiera en el entendido de que estas y otras medidas fueran efectivamente tomadas, garantizan la paz. Porque la paz no es ausencia de guerra.

Haciendo un ejercicio de imaginación, ¿qué cambiaría si de pronto acabara la guerra contra el narco? Nada. Porque la paz no es no-guerra, sino no-violencia. El caso de Colombia y la aguda mirada de Leonel Narváez nos han enseñado que las pequeñas violencias, derivadas de una cultura en donde perviven el autoritarismo y el individualismo, se ven exacerbadas por un contexto social en el que la desigualdad deviene en rencor y éste asimismo genera violencia. Aún con el fin de la guerra contra el narco –lo que sea que eso signifique, tanto para el Gobierno Federal como para la sociedad civil-, la violencia cotidiana seguiría siendo la norma, en tanto y en cuanto no se invierta en una educación que privilegie el respeto al otro, el perdón como herramienta política y la reconciliación como visión de Estado.

Sin duda, lo más preocupante es que capitalizar el discurso de la no-guerra será labor del PRI para las próximas elecciones, pues aunque mucho se desdiga, Sócrates Rizzo no nos dejará mentir: el balance de poder entre el narco y la clase política fue mantenido por el PRI durante décadas. Aunque curiosamente, los estados más violentos, salvo Michoacán, son gobernados por el PRI (y eso debería provocar más de una pregunta). Y mientras en la superficie se mantenga esa falacia, de la paz como no-guerra, será imposible superar el escenario de violencia que por encima de todas las cosas, vulnera el Estado de Derecho y por ende, los derechos fundamentales de todos los mexicanos. Temas como corrupción, representatividad en las legislaturas, y rendición de cuentas pasarán de largo junto con asuntos como la educación, la salud, y el desarrollo técnico científico, que urgen tanto en el país.

El llamado de Sicilia, el “estamos hasta la madre” y el hecho de tomar las calles y protestar son de suyo actos violentos. No me queda claro todavía si son necesarios, pero no dejan de parecerme insuficientes. Ignoro si apostar a la movilización constante de la sociedad civil, que parece ser la apuesta de Sicilia, sea el camino hacia el tan anhelado cambio. Y desde luego, no sé qué es lo que hay que hacer, pero sin duda, nadie lo sabe, y esa debería ser una oportunidad para ponernos creativos al respecto.

martes, 22 de marzo de 2011

A un año: Jorge y Javier

"La única forma de demostrar un principio ético, es en la práctica". Hannah Arendt




Un año después del asesinato de Jorge y Javier, me senté sobre el césped, frente al portón del Tecnológico de Monterrey que todavía permanece cerrado, como si el acto simbólico de no volver a usar la puerta por donde entró la muerte, fuera suficiente para dejarla fuera. En la reja blanca, había un pequeño cartel: “No se olvida”; las llamas de tres veladoras tristes danzaban con el viento hasta que se apagaron; una única rosa blanca estaba pudriéndose en el suelo; y dos muchachos permanecían de pie. Ella lloraba, discretamente, mientras él le pasaba el brazo sobre los hombros. Permanecieron así un momento, dieron la vuelta y se marcharon.

Me quedé ahí sentada un rato. Luego acudí a la cita de la Rodada por la vida, a la que convocamos desde Contingente Monterrey, Pueblo Bicicletero, Biciérnagas y La Bola, cuatro colectivos que impulsan una agenda de recuperación ciudadana de los espacios públicos. La idea era pedalear desde Campus Monterrey hasta Palacio de Gobierno, en memoria de Jorge y Javier. Así lo hizo un grupo de unas cincuenta personas, que en bicicletas, patinetas y patines se desplazó escoltado por un par de patrullas y agentes de tránsito en motocicleta. Una vez frente a Palacio de Gobierno, gritamos consignas, leímos un desplegado, tuvimos un percance con empleados gubernamentales (mismo que no reseñaré ahora mismo, pero que en realidad era de esperarse y no pasó a mayores), y luego nos fuimos.

Yo volví a mi casa, cansada, adolorida y con sentimientos encontrados. Los actos en memoria de mis compañeros asesinados frente al Tecnológico, como tantas otras demostraciones cívicas de la sociedad civil, no dejan de tener ese doble cariz de tristeza y desesperanza, aunque son esperanzadores. Sobre todo porque en una ciudad de poco más de cuatro millones de habitantes, estos actos de conmemoración (la Ceremonia por la Paz dentro del Tecnológico y una protesta espontánea el viernes; la Rodada por la vida el sábado) no superaron las 100 personas. A mí, en lo personal, me hace pensar que ese “No se olvida” no es más que una frase hecha, que en realidad no significa nada. Me hace pensar que en esta democracia sin demócratas será imposible ganar la guerra porque pocos son quienes están dispuestos a dar un paso al frente y hacerse voluntarios de una causa que no sea el interés propio y la gloria personal.

Jorge y Javier y Lucy y tantos otros inocentes han dado su vida por este país, si bien tan sólo para que a algunos de nosotros se nos mueva la consciencia. Lo que me entristece es que ellos son asesinados todos los días por la indiferencia, la falta de conciencia cívica y de compromiso ciudadano. Siguen apilándose muertos sobre una sociedad incapaz de darse cuenta de que el día es hoy, y lo que hay que hacer es participar y en cada uno de nosotros está el cómo. Cambiar este país, lo he dicho muchas veces, empieza por cambiar uno.

Pero también dije que estas demostraciones fueron esperanzadoras. Lo fueron porque aunque somos poquísimos, aunque todavía hace falta crear sinergias y articular acciones, aunque la sociedad civil y las organizaciones están aún lejos de constituirse en factores reales de poder, aunque a algunos activistas todavía les pesa el afán de protagonismo y se les agota la creatividad, la semilla de cambio arraiga cada vez más profundamente entre nosotros.

Tal vez aún falta mucho; tal vez falta demasiado. Cada vez es más la gente que levanta y alza la voz y expresa su inconformidad con nuestras instituciones injustas, nuestros gobiernos corruptos, nuestros políticos inconscientes. Pero lo que hace falta es que esa gente ponga sus palabras en acción, las lleve a la práctica y haga la diferencia en vez de estar hablando tanto de ella.

Hay que dejar de predicar el cambio y empezar a hacerlo.

A Jorge y Javier.

jueves, 7 de octubre de 2010

Todavía tener esperanza...

Ayer, después de unos días muy intensos en los que la violencia se ha apoderado de Monterrey, y de enterarnos que la cuenta de víctimas civiles se incrementa a la par que las autoridades en el Estado de Nuevo León hacen gala de incapacidad, me fui a la cama y por alguna razón pensé en Columbine...

Se acordarán de esa tristemente célebre prepa gringa en donde una maestra y once de sus alumnos fueron asesinados por 2 muchachos muy perturbados. Alguien incluso ya se hizo rico haciendo una película al respecto. La llamada "Masacre de Columbine" ocurrió un día cualquiera, de esos que ahora nos sobran en este país, un el 20 de abril de 1999.

Me acordé de Columbine pensando en Lucila Quintanilla, la joven de 21 años que ayer por la tarde caminaba en las calles del centro de Monterrey y murió mientras hablaba por el celular con su novio. Murió un día cualquiera, haciendo una cosa cualquiera, quizá totalmente de imprevisto.

Cuando estudiaba en la University of Wisconsin Eau Claire, el papá de una de las víctimas de Columbine, Rachel Scott, fue a darnos una plática.

Rachel Scott tenía 17 años cuando murió en Columbine. Estaba por entrar a las instalaciones de su escuela cuando recibió tres balazos.

Su padre tenía por entonces, 2002, un par de años dando esa misma plática en prepas y universidades de todo Estados Unidos. Su mensaje era muy simple: "Rachel murió para que yo pudiera venir a hablarles de Columbine el día de hoy". Nos dijo: "Rachel sabía que su vida sería breve, de ello dan cuenta sus diarios y notas. Pero sabía que su muerte sería significativa".

Rachel escribió en su diario, el diario que tenía con ella cuando murió, "I won't be labeled as average", porque sabía que de alguna manera su vida trascendería su muerte. Ella hablaba de autenticidad, de vivir una vida significativa, aunque estuvieras destinado a tener una muerte más significativa todavía. Ella decía:

"Don't let your character get camoflaged with your environment. Find who you are and let it stay in its true colors."

Pienso en el padre de Rachel, y en su madre, que mantiene un sitio web dedicado a la memoria de su hija. Y pienso que no hay palabras que describan el dolor de perder un hijo.Recuerdo la enseñanza de un profesor de filosofía: si mueren tus padres, eres huérfano; si muere tu esposa o esposo, eres viudo o viuda. ¿Cómo llamas a quien ha perdido un hijo? No hay palabra, ni consuelo posible. Es el terreno de lo innombrable, más allá de toda expresión en el lenguaje común.

Me admira la determinación del padre de Rachel Scott. Reconocer que la muerte de tu hijo sirvió a un propósito más grande no puede ser fácil. Y pienso en los padres de Lucila, de Jorge, de Javier y de tantos otros inocentes que han dado su vida, sin quererlo, por México.

Y quizá tengo la esperanza de que también ellos han muerto por un propósito mayor.

Para Lucilla Quintanilla, QEPD

martes, 17 de agosto de 2010

¿Puede o no puede frustrarse la esperanza?

“Todo tiene su tiempo
y todo lo que se quiere
debajo del cielo tiene su hora:
tiempo de nacer y tiempo de morir…”
Eclesiastés 3:1

Jennifer yace en la camilla de una ambulancia, y suelta su último aliento. Lo que muere con ella primero es su cerebro, esa magnífica obra de la evolución que ha sido capaz de dejarla ser ella, de conocer y de vivir por espacio de 26 años. Las células de su cerebro son incapaces de producir y almacenar energía para mantenerse vivas y por eso se han ido con ella, menos de quince minutos después del cese de su respiración.

Jennifer ya no está ahí, y el resto de sus órganos ha entrado en un estado de alerta. Ignoran lo que ha pasado, pero cada una de sus células se enfrenta a una decisión de vida o muerte. Vivir para sí, para el órgano individual al cual pertenecen, o morir para todos, para el organismo que les ha dado cobijo durante toda su vida. De cara a esta difícil situación, siempre triunfa la esperanza: poco a poco las células de sus órganos blandos –riñones, hígado, bazo– deciden suicidarse. Deciden que es mejor no seguir consumiendo recursos –azúcar, energía y oxígeno–, que pueden ser necesarios para otros órganos, para mantener vivo a todo el organismo (Dvorkin, M A; D. P. Cardinali, 2003, págs. 804, 805). Es una esperanza fundada: reconocen que todavía existe la oportunidad de sobrevivir, hasta que esta esperanza se frustra con la muerte inminente de todo el organismo que les da cobijo.

El fenómeno de la apoptosis, es decir, el suicidio celular que acontece cuando un ser vivo perece, da parte de una realidad físico-químico-biológica, y sin embargo, es muestra de que la esperanza fundada es, por extensión, fundamental al ser humano complejo que vive, piensa, es y produce su vida diaria. La diferencia fundamental entre apoptosis y necrosis – la muerte celular – es que en la necrosis las células se destruyen, liberando todos sus contenidos y propiciando inflamación y propagación del daño, como sucede en una infección. Durante la apoptosis, la célula más bien se secciona en cápsulas que son procesadas por el sistema inmune, evitando propagar los daños a su ambiente: es un suicidio premeditado, ordenado y limpio (Dvorkin, M A; D. P. Cardinali, 2003, pág. 1094). En términos morinianos es parte de los principios de todo sistema complejo: admitir la interdependencia del sistema con su ambiente, pero también reconocer que el todo está en la parte que está en el todo, y todo el sistema comparte las características suficientes para explicarnos al todo y a las partes (Morin, 2006, pág. 87). El ser humano es las células que lo forman, y las células son como el ser humano al que dan vida. Así, con ellas compartimos la esperanza.

Ante todo, la esperanza debe ser entendida como posibilidad. En términos del filósofo Ernst Bloch, esto significa que no está anclada a los castillos en el aire, a esperar en términos de ensoñaciones irrealizables y auténticamente frustrables, sino a la sesuda consideración de las posibilidades concretas, de las tendencias identificables, de la posibilidad de que ocurra lo imposible dentro de lo posible (Bloch, 2007, pág. 170). Frente al wishful thinking, las falsas expectativas y el autoengaño, la esperanza fundada, motor físico-bio-antropológico de la vida humana, es ante todo creadora en el más puro sentido sartreano de proyectar el ser hacia el futuro (Sartre, 2007, págs. 139-143), pero también es frustrable, porque al abrirse hacia ese futuro, apunta a lo modificable, a lo no dado, a lo “todavía no”, a la falta de certeza, a la apuesta decisoria entre el ser y el puede ser que podría no concretarse. Y parece que la esperanza es además una decisión individual, autónoma y personal. Así se entiende, por ejemplo, la difícil valoración de esperanza que debe hacer un médico de emergencias antes de resucitar a un paciente: “para mucha gente, el último latido de su corazón debe ser el último latido de su corazón” (American Heart Association, 2000).

La esperanza es frustrable, de lo contrario no es esperanza (Bloch, 2007, pág. 167), sentencia el gran estudioso de la utopía en el pensamiento occidental. De nuevo parece un juego al que nuestro “yo”, encerrado en nuestros organismos biológicos y al mismo tiempo libre para pasearse entre el pasado y el futuro, se presta necesariamente, porque “no sólo donde hay peligro surge la salvación, si no también… donde hay un salvador allí crece también el peligro” (Bloch, 2007, pág. 172). La esperanza es recursiva: reconoce desde el hoy que el futuro puede ser distinto, y mira en el pasado las posibilidades hoy realizadas que lanza al porvenir. La esperanza fundada es además la herramienta bio-psicológica que nos ayuda a trascender; por eso el mundo es el laboratorio de la posible salvación (Bloch, 2007, pág. 172).

Jennifer[1] falleció el día de hoy, hace cuatro años. Su vida breve fue toda ella testimonio de esperanza: esperanza de ser mejor, de lograr el éxito, de cambiar a este país al que verdaderamente amaba, esperanza de ser mamá y esposa. Fue esperanza fundada, no sólo por el hecho de que se frustró aquel 17 de agosto en que perdió la vida, sino porque estaba anclada en las posibilidades de que esa mujer inteligente y capaz podría haber visto realizadas. Y como podemos vislumbrar, hasta en los momentos más definitivos, incluso nuestras propias células, artífices de nuestra vida, tienen esperanza.

[1] Jennifer García Herreros nació el 14 de febrero de 1980. Estudió la licenciatura en Relaciones Internacionales en el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México, obteniendo el mejor promedio de la generación en la División de Humanidades y Ciencias Sociales. Junto con esta distinción, recibió una beca para realizar sus estudios de Doctorado en esa institución, así como la oportunidad de colaborar en el proyecto educativo del Tecnológico en Campus Ciudad de México y Campus Santa Fe. Falleció en un accidente automovilístico el 17 de Agosto de 2006. Le sobrevive su familia, sus maestros y amigos, y toda la generación 2004 de LRI, LMI y LPL.

Bibliografía
American Heart Association. (2000). International Guidelines 2000 for CPR and ECC. Circulation , 102:I-1-I-11.
Bloch, E. (2007). ¿Puede frustrase la esperanza? En C. Gómez, Doce textos fundamentales de la ética del siglo XX (pp. 165-173). Madrid: Alianza Editorial.
Dvorkin, M A; D. P. Cardinali. (2003). Best & Taylor. Bases Fisiológicas de la Práctica Médica. Buenos Aires: Editorial Médica Panamericana.
Morin, E. (2006). El Método 4. Las ideas. Madrid: Ediciones Cátedra.
Sartre, J.-P. (2007). El existencialismo es un humanismo. En C. Gómez, Doce textos fundamentales de la ética del siglo XX (pp. 134-162). Madrid: Alianza Editorial.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Lost


Luego de tantos años y seis temporadas, Lost ha llegado a su fin. El capítulo final de dos horas y media fue realmente sólo para fans, y tal vez desconcertó a más de uno, pero en la lógica de "todo vale" y "nada es lo que parece" a la que nos tiene acostumbrados esta serie, le hizo honor a toda la historia.

Lost es una serie paradigmática por muchas cosas: presentaba personajes llenos de luces y sombras, locaciones y producción de película, una historia pensada alrededor de la física, la filosofía y la mitología, y además con un "plan de vuelo" que evitó que se extendiera por años y años desviándose de su propósito original.

Fue un gran final. Dejó tanto a la imaginación que uno queda con la sensación de que tendría que haber algo más, pero le dió un cierre tan lindo a tantas cosas que más bien lo que quedó entre líneas es preferible inventárselo uno mismo.

Definitivamente me conseguiré la serie completa para verla en santa paz.

Por cierto: AXN se "saltó" el penúltimo capítulo... seguro para evitar que sus ratings sufrieran por el "tráfico" de torrents...

lunes, 17 de mayo de 2010

Sin hogar

Vivimos una crisis moral.

La moral es pariente cercana de la palabra "ética", del griego "ethos", que significa carácter. Tradicionalmente pensamos que "ética" tiene que ver solamente con aquellos preceptos, costumbres o reflexiones que se relacionan con las normas de conducta que nos ayudan a sobrevivir en el mundo, por ayudarnos a distinguir entre lo "bueno" y lo "malo". Pero "ethos" originalmente significaba "lugar donde se vive". Es en este sentido, y sólo en este, que vivimos una crisis moral.

La realidad mexicana es abrumadora, o más exactamente, era abrumadora desde hace tiempo, sólo que ahora, en la realidad virtual de los medios electrónicos, en el tiempo-real de las redes sociales, parece que no da tregua. No es que el asesinato de estudiantes del Tecnológico haya sido el único ni el más importante, como ni tampoco lo es el caso de Callejerito, el perro que muere todos los días en YouTube víctima de unos chamacos inconscientes; tampoco es único el caso del Jefe Diego que sigue sin aparecer, o el del atentado contra la comunidad indígena en Copala, o tantos otros más. Lo que pasa es que ahora todo esto realmente pasa: en la inmediatez del suceso noticioso, toda posibilidad de reflexión, de distancia crítica, y hasta de cómoda ignorancia, se esfuma.

Todo esto realmente pasa: estamos a merced de una realidad compleja que nos demanda atención en todo momento, y demanda atención porque todo parece apremiante, urgente, desagarrador e imparable. Nos persigue implacable a nuestros lugares de trabajo, de esparcimiento, a nuestros espacios vitales a través de la televisión, el radio, las redes sociales. Es agobiante, asfixiante e inminente. Somos como niños sin hogar: nuestro hogar, aquel sentido antiguo de la ética en tanto lugar para vivir, de sitio donde nos sentimos cómodos, seguros, con la certeza de tener el control sobre nuestras vidas, está a merced del crimen, la inseguridad, la injusticia y la desesperanza.

Vivimos una crisis moral porque ya no hay lugar seguro en el cual refugiar la consciencia y comprender que todo esto que realmente pasa nos está pasando a cada uno, en lo personal, en lo individual, tanto como en lo colectivo. No es que los medios trivialicen la gravedad de la situación: es que no dejan espacio para el asombro, la indignación, y el enojo. Sin esos lugares, no cabe tampoco la acción, la participación y la esperanza.

Sin ese lugar para la consciencia, estamos lejos de comprender, pero aún más lejos de alcanzar a visualizar una manera de resolver los problemas y evitar que esto que realmente pasa, no vuelva a pasar.

lunes, 22 de marzo de 2010

Somos cómplices

¡Qué fácil es recurrir a la agresión, la acusación, la amargura y el odio cuando la violencia que se ha apoderado de nuestras ciudades nos toca de cerca!

¡Qué fácil es preguntarse "por qué", convertirse en víctima y evitar así el encarar la realidad!

¡Qué fácil regodearse en los "se los dije", "sigan votando por tal o cual", "se lo merecen", "al menos aquí (todavía) no pasa"!

Pero estos sentimientos de dolor, de angustia, de tristeza, de superioridad, de complacencia, no alcanzan más a enmascarar la realidad; la realidad es que todos somos cómplices de que el país se nos esté desmoronando, de que se tomen decisiones de vital importancia sin nosotros, de que volteemos la cara a la injusticia, la corrupción y la inseguridad y las aceptemos como parte de nuestra vida, como parte del día a día.

Somos cómplices, más no somos culpables.

Quienes apuntan un dedo acusador, tienen en su mano otros tres apuntándoles de vuelta. Pero la culpa es demasiado fácil. La culpa es irresponsabilidad, es cargar con un lastre que nos impide voltear el rostro hacia el futuro, que nos hace incapaces de tomar decisiones y nos incapacita para actuar.

Somos cómplices; entonces seamos responsables.

Aceptemos la responsabilidad de nuestra realidad. Aquí y ahora admitamos que Juárez, Guerrero, Monterrey y todos estos escenarios de la violencia ordinaria son nuestros. Que las causas profundas de la inseguridad, la violencia y la delicuencia son también obra nuestra. Que el silencio, el miedo y la inacción son discapacitantes que hemos abrazado con vigor.

Seamos responsables.

Hagamos consciencia: este es nuestro país, esta es nuestra realidad, estos son nuestros muertos, estos son nuestros delincuentes. Y con esta consciencia abracemos los anhelos de libertad, de justicia y de paz que todo ser humano, por virtud de su nacimiento, tiene en este mundo.

Para Javier y Jorge, QEPD

viernes, 25 de septiembre de 2009

La utopía

La utopía es, en política realista, sinónimo de imposibilidad. Pero hay que distinguir dos utopías: una, de armonía y perfección, es efectivamente irrealizable. La otra comporta posibilidades todavía imposibles, por ejemplo, la desaparición del hambre y la miseria del planeta, la supresión de la guerra entre naciones, el establecimiento de una sociedad–mundo.

Morin, E. (2006). El Método 6. Ética. Madrid: Ediciones Cátedra, p. 93

miércoles, 19 de agosto de 2009

Felicidad Genuina


Otro de los temas favoritos de Allan Wallace es el de la felicidad: consiste en lo que cada uno aporta al mundo, más que lo que uno obtiene de él. (Por eso creo que los animales no humanos suelen ser tan felices: ¡dan mucho y sin cortapisas!). Wallace señala tres puntos a considerar para cultivar la felicidad:
  1. ¿Cómo vives? En principio, habría que evitar dañar a otros y serles útil.
  2. Calmar la mente, cultivarla.
  3. Tener insights: pequeñas "revelaciones" sobre nuestro ser en el mundo.

¡Sean felices!

martes, 23 de junio de 2009

Sapiens/Demens

Andrés Manuel López Obrador propuso votar el 5 de julio por el candidato del Partido del Trabajo (PT), Rafael Acosta, pues está seguro que ganará la jefatura de la delegación de Iztapalapa para luego renunciar y dejar el camino a Clara Brugada, del PRD, a quien el TEPJF revocó la candidatura a esa demarcación a favor de su compañera de partido, Silvia Oliva, de la corriente de los “chuchos”.
El hombre sapiens es el ser organizador que transforma el alea en organización, el desorden en orden, el ruido en información. El hombre es demens en el sentido en que está existencialmente atravesado por pulsiones, deseos, delirios, éxtasis, fervores, adoraciones, espasmos, ambiciones, esperanzas que tienden al infinito. El término sapiens/demens no sólo significa relación inestable, complementaria, concurrente y antagonista entre la «sensatez» (regulación) y la «locura» (desajuste), significa que hay sensatez en la locura y locura en la sensatez.

Morin, Edgar (1999). El Método 1. La naturaleza de la naturaleza. Madrid: Ediciones Cátedra, p. 419.

jueves, 23 de abril de 2009

Lo que hace falta


El método de la complejidad... es la consciencia de que lo que más falta nos hace no es el conocimiento de lo que ignoramos, sino la aptitud de para pensar lo que sabemos.


Morin, Edgar. (2006): El Método 2. La vida de la vida. Madrid, Ediciones Cátedra, p. 24.

Es indudable que podríamos volver a llenar el Internet con las cosas que ignoramos. Pero también es cierto que conocemos muchas cosas más. Volver a ellas para pensarlas implica evidenciar sus claroscuros, sus contradicciones, sus desordenes, y reconocer lo que de ellas mismas ilumina y ordena nuestro pensamiento. Es verlas, como dijera Carl Sagan, como una forma en la que el Universo cobra conciencia de sí mismo...

lunes, 30 de marzo de 2009

Sabiduría


Yo diría que la sabiduría es reflexiva, que el conocimiento es organizador y que la información se presenta bajo la forma de unidades cuyo rigor es designable como bits.


Morin, Edgar (2007): Introducción al pensamiento complejo. Gedisa:Barcelona, p. 152.

¿Qué mayor sabiduría que la de nuestras células, que manejan una gran cantidad de información, se auto-organizan y hacen lo que hacen, casi sin nosotros?

lunes, 16 de febrero de 2009

Lo importante

Debemos saber que todo lo importante que sucede en la historia mundial o en nuestra vida es totalmente inesperado.
Morin, Edgar (2007): Introducción al pensamiento complejo. Gedisa:Barcelona, p. 117.

Quizá por eso buscamos afanosamente la regularidad, lo cotidiano, lo certero... pero en realidad parece que construimos la narrativa de nuestra vida no a partir de lo cotidiano, sino al contrario: cuando alguien me pregunta cómo estoy, si no está esperando la respuesta BS, quiere que le hable justamente de lo inesperado, de las pequeñas o grandes crisis de mi vida, de lo que la hace medianamente interesante... lo cotidiano aburre, tanto más cuanto que se vuelve predecible... y poca gente se deleita con una película que ya ha visto...