Hoy vi algo que nunca había visto, algo que tal vez no vio nadie, o tal vez lo vimos pero ya nadie sabe de qué se trata. Caminaba apurada por una transitada acera, en el centro de una ciudad que podría ser cualquiera. Sentada en el umbral de una vieja casa de puertas enormes y ventanas cerradas, una mujer sostenía entre sus manos una carta. Sobre el papel blanco había garabatos entintados en azul que bailaban con la mirada que por ellos se paseaba. Yo me quedé pasmada. Hace tanto que nadie escribe cartas, que no recuerdo cómo se siente al tacto el papel y al corazón las palabras. La mujer siguió leyendo y dio la vuelta al papel para llegar al final de la carta. Contuvo el aliento un momento y ahí se le escaparon dos lágrimas. Yo quise llorar con ella, pero a mí nadie me manda cartas.