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martes, 22 de marzo de 2011

A un año: Jorge y Javier

"La única forma de demostrar un principio ético, es en la práctica". Hannah Arendt




Un año después del asesinato de Jorge y Javier, me senté sobre el césped, frente al portón del Tecnológico de Monterrey que todavía permanece cerrado, como si el acto simbólico de no volver a usar la puerta por donde entró la muerte, fuera suficiente para dejarla fuera. En la reja blanca, había un pequeño cartel: “No se olvida”; las llamas de tres veladoras tristes danzaban con el viento hasta que se apagaron; una única rosa blanca estaba pudriéndose en el suelo; y dos muchachos permanecían de pie. Ella lloraba, discretamente, mientras él le pasaba el brazo sobre los hombros. Permanecieron así un momento, dieron la vuelta y se marcharon.

Me quedé ahí sentada un rato. Luego acudí a la cita de la Rodada por la vida, a la que convocamos desde Contingente Monterrey, Pueblo Bicicletero, Biciérnagas y La Bola, cuatro colectivos que impulsan una agenda de recuperación ciudadana de los espacios públicos. La idea era pedalear desde Campus Monterrey hasta Palacio de Gobierno, en memoria de Jorge y Javier. Así lo hizo un grupo de unas cincuenta personas, que en bicicletas, patinetas y patines se desplazó escoltado por un par de patrullas y agentes de tránsito en motocicleta. Una vez frente a Palacio de Gobierno, gritamos consignas, leímos un desplegado, tuvimos un percance con empleados gubernamentales (mismo que no reseñaré ahora mismo, pero que en realidad era de esperarse y no pasó a mayores), y luego nos fuimos.

Yo volví a mi casa, cansada, adolorida y con sentimientos encontrados. Los actos en memoria de mis compañeros asesinados frente al Tecnológico, como tantas otras demostraciones cívicas de la sociedad civil, no dejan de tener ese doble cariz de tristeza y desesperanza, aunque son esperanzadores. Sobre todo porque en una ciudad de poco más de cuatro millones de habitantes, estos actos de conmemoración (la Ceremonia por la Paz dentro del Tecnológico y una protesta espontánea el viernes; la Rodada por la vida el sábado) no superaron las 100 personas. A mí, en lo personal, me hace pensar que ese “No se olvida” no es más que una frase hecha, que en realidad no significa nada. Me hace pensar que en esta democracia sin demócratas será imposible ganar la guerra porque pocos son quienes están dispuestos a dar un paso al frente y hacerse voluntarios de una causa que no sea el interés propio y la gloria personal.

Jorge y Javier y Lucy y tantos otros inocentes han dado su vida por este país, si bien tan sólo para que a algunos de nosotros se nos mueva la consciencia. Lo que me entristece es que ellos son asesinados todos los días por la indiferencia, la falta de conciencia cívica y de compromiso ciudadano. Siguen apilándose muertos sobre una sociedad incapaz de darse cuenta de que el día es hoy, y lo que hay que hacer es participar y en cada uno de nosotros está el cómo. Cambiar este país, lo he dicho muchas veces, empieza por cambiar uno.

Pero también dije que estas demostraciones fueron esperanzadoras. Lo fueron porque aunque somos poquísimos, aunque todavía hace falta crear sinergias y articular acciones, aunque la sociedad civil y las organizaciones están aún lejos de constituirse en factores reales de poder, aunque a algunos activistas todavía les pesa el afán de protagonismo y se les agota la creatividad, la semilla de cambio arraiga cada vez más profundamente entre nosotros.

Tal vez aún falta mucho; tal vez falta demasiado. Cada vez es más la gente que levanta y alza la voz y expresa su inconformidad con nuestras instituciones injustas, nuestros gobiernos corruptos, nuestros políticos inconscientes. Pero lo que hace falta es que esa gente ponga sus palabras en acción, las lleve a la práctica y haga la diferencia en vez de estar hablando tanto de ella.

Hay que dejar de predicar el cambio y empezar a hacerlo.

A Jorge y Javier.

jueves, 7 de octubre de 2010

Todavía tener esperanza...

Ayer, después de unos días muy intensos en los que la violencia se ha apoderado de Monterrey, y de enterarnos que la cuenta de víctimas civiles se incrementa a la par que las autoridades en el Estado de Nuevo León hacen gala de incapacidad, me fui a la cama y por alguna razón pensé en Columbine...

Se acordarán de esa tristemente célebre prepa gringa en donde una maestra y once de sus alumnos fueron asesinados por 2 muchachos muy perturbados. Alguien incluso ya se hizo rico haciendo una película al respecto. La llamada "Masacre de Columbine" ocurrió un día cualquiera, de esos que ahora nos sobran en este país, un el 20 de abril de 1999.

Me acordé de Columbine pensando en Lucila Quintanilla, la joven de 21 años que ayer por la tarde caminaba en las calles del centro de Monterrey y murió mientras hablaba por el celular con su novio. Murió un día cualquiera, haciendo una cosa cualquiera, quizá totalmente de imprevisto.

Cuando estudiaba en la University of Wisconsin Eau Claire, el papá de una de las víctimas de Columbine, Rachel Scott, fue a darnos una plática.

Rachel Scott tenía 17 años cuando murió en Columbine. Estaba por entrar a las instalaciones de su escuela cuando recibió tres balazos.

Su padre tenía por entonces, 2002, un par de años dando esa misma plática en prepas y universidades de todo Estados Unidos. Su mensaje era muy simple: "Rachel murió para que yo pudiera venir a hablarles de Columbine el día de hoy". Nos dijo: "Rachel sabía que su vida sería breve, de ello dan cuenta sus diarios y notas. Pero sabía que su muerte sería significativa".

Rachel escribió en su diario, el diario que tenía con ella cuando murió, "I won't be labeled as average", porque sabía que de alguna manera su vida trascendería su muerte. Ella hablaba de autenticidad, de vivir una vida significativa, aunque estuvieras destinado a tener una muerte más significativa todavía. Ella decía:

"Don't let your character get camoflaged with your environment. Find who you are and let it stay in its true colors."

Pienso en el padre de Rachel, y en su madre, que mantiene un sitio web dedicado a la memoria de su hija. Y pienso que no hay palabras que describan el dolor de perder un hijo.Recuerdo la enseñanza de un profesor de filosofía: si mueren tus padres, eres huérfano; si muere tu esposa o esposo, eres viudo o viuda. ¿Cómo llamas a quien ha perdido un hijo? No hay palabra, ni consuelo posible. Es el terreno de lo innombrable, más allá de toda expresión en el lenguaje común.

Me admira la determinación del padre de Rachel Scott. Reconocer que la muerte de tu hijo sirvió a un propósito más grande no puede ser fácil. Y pienso en los padres de Lucila, de Jorge, de Javier y de tantos otros inocentes que han dado su vida, sin quererlo, por México.

Y quizá tengo la esperanza de que también ellos han muerto por un propósito mayor.

Para Lucilla Quintanilla, QEPD