jueves, 7 de octubre de 2010

Todavía tener esperanza...

Ayer, después de unos días muy intensos en los que la violencia se ha apoderado de Monterrey, y de enterarnos que la cuenta de víctimas civiles se incrementa a la par que las autoridades en el Estado de Nuevo León hacen gala de incapacidad, me fui a la cama y por alguna razón pensé en Columbine...

Se acordarán de esa tristemente célebre prepa gringa en donde una maestra y once de sus alumnos fueron asesinados por 2 muchachos muy perturbados. Alguien incluso ya se hizo rico haciendo una película al respecto. La llamada "Masacre de Columbine" ocurrió un día cualquiera, de esos que ahora nos sobran en este país, un el 20 de abril de 1999.

Me acordé de Columbine pensando en Lucila Quintanilla, la joven de 21 años que ayer por la tarde caminaba en las calles del centro de Monterrey y murió mientras hablaba por el celular con su novio. Murió un día cualquiera, haciendo una cosa cualquiera, quizá totalmente de imprevisto.

Cuando estudiaba en la University of Wisconsin Eau Claire, el papá de una de las víctimas de Columbine, Rachel Scott, fue a darnos una plática.

Rachel Scott tenía 17 años cuando murió en Columbine. Estaba por entrar a las instalaciones de su escuela cuando recibió tres balazos.

Su padre tenía por entonces, 2002, un par de años dando esa misma plática en prepas y universidades de todo Estados Unidos. Su mensaje era muy simple: "Rachel murió para que yo pudiera venir a hablarles de Columbine el día de hoy". Nos dijo: "Rachel sabía que su vida sería breve, de ello dan cuenta sus diarios y notas. Pero sabía que su muerte sería significativa".

Rachel escribió en su diario, el diario que tenía con ella cuando murió, "I won't be labeled as average", porque sabía que de alguna manera su vida trascendería su muerte. Ella hablaba de autenticidad, de vivir una vida significativa, aunque estuvieras destinado a tener una muerte más significativa todavía. Ella decía:

"Don't let your character get camoflaged with your environment. Find who you are and let it stay in its true colors."

Pienso en el padre de Rachel, y en su madre, que mantiene un sitio web dedicado a la memoria de su hija. Y pienso que no hay palabras que describan el dolor de perder un hijo.Recuerdo la enseñanza de un profesor de filosofía: si mueren tus padres, eres huérfano; si muere tu esposa o esposo, eres viudo o viuda. ¿Cómo llamas a quien ha perdido un hijo? No hay palabra, ni consuelo posible. Es el terreno de lo innombrable, más allá de toda expresión en el lenguaje común.

Me admira la determinación del padre de Rachel Scott. Reconocer que la muerte de tu hijo sirvió a un propósito más grande no puede ser fácil. Y pienso en los padres de Lucila, de Jorge, de Javier y de tantos otros inocentes que han dado su vida, sin quererlo, por México.

Y quizá tengo la esperanza de que también ellos han muerto por un propósito mayor.

Para Lucilla Quintanilla, QEPD