Ando por la calle con el corazón apachurrado: acá, a seis mil kilómetros de distancia, nadie sabe lo que es ver las ruinas del barrio donde naciste. Nadie acá entiende lo que es saber que esos lugares que amé y en los que fui feliz, están destruidos. Ya no son más.
Ando con el corazón apachurrado por la frustración y la impotencia de estar lejos, y al mismo tiempo con el alivio de saber que ese estar lejos significó salvación. Y se me revuelve la culpa con la tristeza, con el recuerdo de gente que hace tiempo no paseaba por mi memoria pero que ahora pienso deseando que esté salva.
Ando con el corazón apachurrado: ser migrante es triste cuando quieres estar en tu país y no estás. No es patrioterismo. Es que esos lugares que amas viven en ti, aunque estén devastados. Y esta es una terrible, lejana, soledad.
Seis días después del terremoto en México, Jujuy, Argentina.
Hace 8 años.