lunes, 24 de enero de 2011

La carta de amor que me hizo llorar

Amada Marta:

Aunque pasaste por mi vida como un rayo, como un celaje colorido de aves del paraíso, tu recuerdo está intacto en mis sentidos. El esplendor de tu belleza, tu cadencia femenina, tus gestos, que sabían abrirse paso con gracia rompiendo el aire, están intactos en mi memoria después de 10 años sin verte. Continúas siendo para mí, aquella criatura que metió su mano en el desierto abrasador de mi soledad y me rescató del naufragio.

No he querido volver a pisar las mismas calles armoniosas y frescas de Buenos Aires, donde caminamos de la mano algunas tardes, pero sí revivo con nostalgia infinita, aquella noche de terciopelo tibio en que tu beso la prolongó hasta el alba. En mis ojos sigue grabado el aleteo de tango que bailaste para mí. Eras un ave sobrenatural. Nadie vio jamás un conjunto igual de armonía femenina.

Pero no te amé esos días sólo por tu belleza. La belleza tiene una carga de tristeza por lo que hay en ella de fragilidad e incertidumbre. No te amé por tu inteligencia y tu espíritu sutil y luminoso como un pájaro en la montaña. No amé en ti, tu gracia musical renovada a cada instante, que perturba y satisface al mismo tiempo. Amé el canto despreocupado de tu risa y amé esa desbordante ternura que me devolvió en un instante a la más pura alegría de la infancia.

Me deslumbraste Marta y me hiciste olvidar mi devastación interior. Antes de ti hacía años que no lavaba mis ojos en los colores de la madrugada. Pero contigo todo mi ser se impregnó de eternidad. ¿Sabes? Hay vidas eternas que se queman en segundos. Así fueron las nuestras. Sólo por conocerte, por tocarte y cantarte, valió la pena nacer y vivir de charco en charco. Tus 4 días de luz en mi vida bastan para encender todo el resto de mis noches.

Los dos asumimos ese amor fugaz a sabiendas. Eso lo mantiene puro y firme en el tiempo. No lo emponzoñó ni la rutina ni el tiempo. Por eso puedo recordarte ahora como una visión mágica, como una diosa que osó amar a un humano y por un instante le mostró la “tierra prometida”.

Cómo quisiera hoy ser dueño del universo de las palabras para regalarte las más hermosas o inventarlas, para que esta carta fuera más que una carta. Para que fuera el testamento de una utopía que tome cuerpo cada vez que deseemos engancharnos a la memoria de ese romance nacido en el sur y que vive en el sur.

Estás en mi eternidad mujer que nunca olvido.

sábado, 1 de enero de 2011

Entonces

Cuando yo no te amaba todavía
-oh verdad del amor, quien lo creyera-
para mi sed no había
ninguna preferencia verdadera.

Ya no recuerdo el tiempo de la espera
con esa niebla en la memoria mía:
¿El mundo cómo era
cuando yo no te amaba todavía?

Total belleza que el amor inventa
ahora que es tan pura
su navidad, para que yo la sienta.

Y sé que no era cierta la dulzura,
que nunca amanecía
cuando yo no te amaba todavía.


Maria Elena Walsh