viernes, 27 de abril de 2012

Yo creo tu amor

Prometió escribirle todos los días. Y así lo hizo por mucho tiempo. Hasta que un día de abril, sus cartas de amor dejaron de ser respondidas. Entonces empezó a enviarlas sin remitente y, al poco tiempo, sin destinatario. Eran cartas para nadie y, por tanto, para todos. Cartas de amor sin fecha y sin rumbo. Eran también las más honestas. Una vez recibí una de esas cartas. Debe haber sido un error porque aquí el amor nunca había pasado. La carta decía: "Yo creo tu amor". Al principio no entendí. ¿Era que creaba mi amor o que lo creía? Guardé la carta mucho tiempo. Hasta que lo entendí un día. El amor se cree cuando crees, y crees en él cuando lo creas. "Yo creo tu amor", decía, y era cierto. Fue la única vez que me enviaron tanta verdad en un sobre cerrado, con estampillas y escrito a mano.

domingo, 22 de abril de 2012

A mis 32

Deshojar margaritas lo hacía a mis quince, cuando esperaba al príncipe azul que llegó y se fue, y lo único azul que dejó entre mis manos fue un adiós involuntario. Coquetear con cualquier chico lo hacía a mis veinte, pero al instante dejaban de ser interesantes porque sólo eran envoltorios bonitos de un regalo de aire. Confiar en las promesas lo hacía a mis veinticinco, y me prometieron tantas cosas que jamás cumplieron, que me pensé herida de muerte. A mis treinta, con el corazón herido, no sabía que era capaz de amar a nadie. Hasta que llegaste. No lo he hecho muy bien contigo: es que no tengo práctica en esto de amarte. Y aunque me equivoco, me amas, y porque te equivocas, te amo. A mis treinta y dos, conservo un ojalá: darte ese primer beso una segunda vez, para empezar de nuevo, amarnos más y equivocarnos menos.

sábado, 7 de abril de 2012

No lloré

La última vez que me abandonaron, fue frente a la estación del tren. Tenía el boleto en la mano y no quería partir. Me había dicho que lo nuestro no podía ser, como si alguna vez algún beso, alguna caricia, alguna sonrisa, hubiese sido nuestra. Nada de eso era compartido. Era suyo, porque se lo di. Era mío por la misma causa. Pero nunca hubo nada nuestro. Me abrazó con fuerza y apenas alcancé a escuchar “te quiero”. Me besó por última vez. Le dije adiós y no lloré. Él me había dicho que yo era como un sueño. Y no hay nada más triste que haber sido el sueño de alguien que nunca se atrevió a hacerlo realidad. Yo tomé el tren y me fui. Pero no me fui: a mí me abandonaron. Y no lo supe entonces, pero alguien iba a encontrarme. Tal vez por eso no lloré.

viernes, 6 de abril de 2012

Quédate

Se habían conocido en la primavera de sus vidas. Apenas quince años, cuando es la última vez que las cosas importantes te pasan por primera vez. Como el amor. Se habían amado, quizá un poco demasiado temprano. Quizá un poco demasiado tarde, porque cuarenta días después, ella tuvo que marcharse. Quizá por miedo; tal vez por orgullo, pero él no pudo, no supo decirle quédate. Cuarenta años después volvió a verla. Demacrada y marchita. Quería decirle que aún la amaba, que volviera, que todo sería como antes. Quería decirle que todo volvería a ser igual. Que el tiempo no pasó nunca y que quería, todavía, pasar el resto de su vida con ella. Ella lo miró, irreconocible. Le sonrió a medias y se marchó, como siempre, sin mirar atrás. Él, por segunda y última vez en esa vida, no pudo decirle "no te vayas". Y la dejó irse para siempre.

domingo, 1 de abril de 2012

Un anciano cualquiera

Cualquiera diría que es un anciano cualquiera. Es un anciano cualquiera, sentado en la banca del parque, alimentando con migas de añoranza sus recuerdos. Como las palomas, una tarde cualquiera, salen del fondo de su memoria y vuelan ante sus ojos, mientras él, muy quieto y muy callado, los mira. De pronto pasa ante su mirada una piel suave y blanca. Una que sus manos solían saber de memoria. Recuerda esa piel que era tan suya como si fuera propia, esas pecas que sus labios besaron hasta el cansancio. Recuerda entonces que esa piel tenía el rostro que más había amado, y un par de amadas manos blancas que tantas veces había estrechado. Recuerda entonces todos los años que habían arrollado a aquellas manos. Las recuerda viejas y manchadas, inertes y muertas. Unas lágrimas después, ya no quiso más que recordar que tal vez ella lo esperaba del otro lado.