martes, 20 de diciembre de 2011

Jujuy

Si la ciudad de Jujuy fuera una palabra, esa palabra, para mí al menos, sería “detenimiento”.

Vamos a ver:

Nací en una ciudad, la ciudad de México, que tiene aproximadamente nueve millones de habitantes. Toda mi vida he vivido en ciudades enormes, llenas de gente que se mueve a ritmos frenéticos y tiene rutinas infames. Estoy acostumbrada a hacer más de media hora de traslado a donde quiera que vaya, a que haya un café, bar o restaurante abiertos a cualquier hora del día, a ir a conciertos masivos y no tan masivos, a caminar museos, a pasar horas recorriendo centros comerciales, a tener siempre alguien con quién salir a echar el café y el chisme, a tener una tiendita 24/7 siempre a mano por si acaso se me antoja algo, a hacer, vaya, con pies y manos, el día entero.

Un día común, la mayor parte de mi vida adulta, consistía en salir de mi casa, bañada, arreglada y entaconada, antes del amanecer. Manejar una hora al trabajo, trabajar (lo cual, en mi área, consistía en el corre-corre de hacer llamadas, escribir memorandos, hablar con gente, tener miles de juntas y así), salir, ir a hacer ejercicio, salir a tomar un café con amigos, regresar, hablar por teléfono un par de horas más, leer y escribir antes de dormir y volver a empezar. Quedarme en casa y hacer nada era para días excepcionales, salvo por el hecho de que nada siempre estaba lleno de cosas qué hacer como ver películas, leer, escribir, hacer música, hablar por teléfono, cambiar los muebles de lugar y cosas así.

Es decir: no sé estarme quieta. ¿Me explico?

De pronto me encuentro aquí, en Jujuy, una provincia del norte argentino, en una ciudad que lleva el mismo nombre y que tiene casi –y nada más- 300 mil habitantes. Encontrar algo abierto entre las 12 pm y las 5 pm es prácticamente un triunfo, y puedo decir que a las tres de la tarde es la hora mágica porque no hay nada ni nadie en la calle: parece que hasta los perros salen de escena y la ciudad queda vacía. En el centro, hay un mall pequeño, y tiendas que, como dije, cierran a medio día. Hay un par de cafés, unos supermercados pequeñitos, algunas iglesias que sólo he visto abiertas en domingo, un pequeño tianguis de artesanías, algunos museos y listo. No hay mucho más. Todavía me pierdo en la ciudad, pero no es nada que caminar o preguntar no puedan remediar.

Por otra parte, no tengo un trabajo por mi calidad de “mientras”, y aunque ocupo cierto tiempo en hacer lo que hago en mi “trabajo” (leer y escribir una tesis doctoral), no tengo mucho más. No conozco a nadie fuera de mi cuñada Sil y mis suegros (que por otra parte son un verdadero encanto), y las tres horas de diferencia que hay con México hacen que hablar por teléfono, una de mis actividades favoritas, sea realmente complicada. Además, estar de paso no me inspira a buscar algo más que hacer que lo que hago, que es básicamente ser un ama de casa, lo cual ocurrió un poco sin querer queriendo.

En suma, para los estándares a los que estoy acostumbrada, estoy frita.

Jujuy me invita al detenimiento, a detener mi vida de acelere, y por eso, este es un paréntesis interesantísimo, la verdad. Tener tiempo de caminar sin correr, de mirar atentamente, de escuchar, de observar, de hacer nada sin la culpa de dejar de hacer todo lo que según esto tendría que hacer, no me caen nada mal. Aunque debo confesar que extraño el acelere, el corre-corre, las compras de pánico en los centros comerciales (sobre todo en esta época), el salir a tomar café con mis amigos, el tener semanas y semanas con la agenda llena de compromisos. Pero por lo pronto, disfruto mucho este mientras de actividades domésticas y hogareñas. No está mal, de vez en cuando en la vida, tener la vida que nunca imaginamos que podríamos tener. Seguro que tengo mucha suerte.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Sin título

En un libro que estoy queriendo mucho me he topado con este texto que me dijo tanto en tan pocas líneas que quise compartirlo con ustedes. No tiene un título, pero no le hace falta: es imposible nombrar lo que no se conoce, y ya que se conoce es mejor no nombrarlo. Aquí la transcripción:

La conciencia del fuego apagó la de la tierra. Mi visión del mundo se resuelve en un adiós dudoso, en un prometedor nunca.
Culpa por haberme ilusionado con el presunto poder del lenguaje.
Todo es un interior. Por tanto, el poema es incapaz de aludir hasta a las sombras más visibles y menos traidoras.
Hablar es comentar lo que place o disgusta. Lenguaje visceral constatador de los fantasmas de las apariencias.
Escribir no es más lo mío. Con sólo nombrar alcoholes temibles, yo me embriagaba. Ahora –lo peor es ahora, no el miedo a un desastre futuro sino la de algún modo voluptuosa constatación del presente infuso de presencias desmoronadas y hostiles. Ya no es eficaz para mí el lenguaje que heredé de unos extraños. Tan extranjera, tan sin patria, sin lengua natal. Los que decían «y era nuestra herencia una red de agujeros», hablaban, al menos, en plural. Yo hablo desde mí, si bien mi herida no dejará de coincidir con la de alguna otra supliciada que algún día me leerá con fervor por haber logrado, yo, decir que no puedo decir nada.


Alejandra Pizarnik
8 de agosto de 1971.

Pizarnik, A. (2001). Prosa completa. Barcelona: Lumen, p. 61

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Heridas

Hay heridas que no dejan cicatriz, porque no sanan nunca.

Hace algunos años me hice un piercing en la nariz. Lo hice, primero, porque quería hacerlo. En segundo lugar, porque alguien me dijo que no podía hacerlo, y tengo la estúpida costumbre de ser necia y hacer del “no” un “sí”. Tercero, para recordar algo: hay heridas que nunca se deben olvidar.

La gente que me conoce, antes y después del piercing, tiene reacciones variadas: algunos no le dan la mayor importancia. Otros más dicen que se ve bonito. Y hay otros que me preguntan si me dolió. En esas ocasiones, mi imaginación me lleva de vuelta a ese lugar, al olor a alcohol y a látex quirúrgico, al intenso dolor en la nariz, a las lágrimas que me rodaron por las mejillas. Sonrío y le respondo a esa gente: “claro que me dolió: esa era la idea”.

Nadie me ha preguntado por qué esa era la idea. Supongo que les asombra lo cínico de la respuesta. Y sin embargo, esa era la idea: sentir un dolor tan intenso que nunca se me olvidara por qué lo había hecho. Y luego mirarme la cara todos los días y recordar, más que el dolor, el por qué.

¿Por qué lo había hecho? Porque me había olvidado de mí misma, tanto que casi me pierdo. Y necesitaba prometerme un nunca más.

Hoy me miro al espejo, veo en mi nariz ese brillante que me la atraviesa de lado a lado y sonrío. Me miro al espejo y lo veo, especialmente en momentos en que siento que me estoy perdiendo. Entonces me acuerdo de la herida y del dolor, y me acuerdo de acordarme de que no estoy tan perdida y me siento mejor.

Y además sí: se ve bonito. Es de las heridas que mejor me va.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Vivir contigo no es fácil

“Hay que amar a los hombres como son.
No es fácil, pero sólo amar a un pendejo es fácil”.
María Félix


¿Qué tanto puede cambiar tu vida en cuatro meses?

Mucho.

Rubén y yo nos conocimos hace poco más de cuatro meses. Decir que nos conocimos es un decir: más correctamente sería decir que comenzamos a interactuar hace unos cuatro meses. Unos dos meses y medio después lo vi por primera vez en el aeropuerto de Salta, y antes de decirle siquiera “hola”, le di el beso de mi vida. Fue entonces cuando empezamos a vivir juntos.

Por muy romántica que sea la idea, aunque en los hechos lo es, nos saltamos la parte más tradicional de cualquier relación. Sin duda la circunstancia de estar tan lejos lo exigía así, y por otra parte no creo que haya fórmulas para esto del amor. Pero lo que sí es cierto es queRubén y yo nunca fuimos novios. O sea, nunca supe lo que es que me llame para invitarme a cenar, que venga por mí a mi casa, que se despida de mí en la puerta con un beso largo, que me llame al otro día. Nunca sabré, tampoco, lo que es pelearme con él, cerrarle la puerta en la cara, hacernos del rogar un par de días y luego arreglar todo tomando un café. Esa parte de tener una cita y salir como la gente “normal”, sencillamente nos la saltamos.

En lugar de eso, fuimos directamente a la parte en que vivimos juntos. Podemos salir a pasear o algo, pero horas después estamos de vuelta en nuestra realidad doméstica. Y sí, yo sé que no es fácil vivir conmigo, lo sé porque he lidiado conmigo toda mi vida, pero, sépanlo, vivir con él no es un día de campo tampoco. No digo que sea malo o bueno, sencillamente es difícil acomodar las expectativas a la realidad.

Por ejemplo, toda mi vida he dormido con las luces apagadas, en completo silencio y con la puerta cerrada. Lo contrario me dificulta conciliar el sueño. Y el Pinche Rubén suele dejar, lo menos, una luz encendida. Un día, esa luz era la del baño, y, ¡ocurrente yo!, entré y cerré la puerta, y cuando volví a la cama, me llevé la regañiza de mi vida porque casi le da un infarto al despertar y ver todo apagado. ¡Pfff!

Tampoco es muy dado al orden. Vaya, no soy tampoco la más ordenada de la vida, pero hay cosas que no soporto: la cama destendida y los platos sucios, por ejemplo. No hablaré de los platos porque ya todos sabemos que es el talón de Aquiles de Rubén, pero lo de la cama… bueno, no lo he visto hacer ni el intento de tenderla ni una vez.

Como sé que no soy ordenada, trato de no desordenar. Si saco algo de la alacena, vuelvo a meterlo enseguida, para no tropezarme con eso una y otra vez. Rubén no. Puede vaciar la alacena buscando un paquete de pasta y dejar todo fuera hasta que por alguna razón necesita volverlo a guardar, lo cual puede ocurrir entre el día siguiente y nunca, por ejemplo. Y tampoco es que ande yo, como diría mi madre, “alzándole la cola” todo el día, pero sí paso un buen rato recogiendo el desastre que, invariablemente, deja a su paso.

Yo soy muy de llenar mis vacíos. Suelo tener las paredes llenas de fotos, de cuadros, de cosas, porque me gusta mirar a la nada mirando algo. Rubén no. En las paredes hay telarañas y ya, y si tiene cortinas es porque su madre insistió en que era una buena idea tenerlas. Así que me paso buscando cositas que poner aquí y allá para tener algo qué mirar. Hasta cambié la cama de lugar para poder mirar por la ventana, aunque sea, el árbol de aguacates, el gato que pasea por la barda, y el avechucho de pecho naranja que se pasa el día gritando con entusiasmo algo que suena a “¡qué me ves!”.

En fin. Vivir con Rubén no es fácil. Pero en el fondo creo que vivir con alguien, con cualquiera, no es sencillo. Alcanzo a vislumbrar que la clave es comprender que el Pinche Rubén nunca va a ordenar de inmediato todo lo que usa, jamás lavará los platos sino hasta que no tenga otro remedio, ni le va ni le viene si hay algo en las paredes y, definitivamente, no podrá dormir, jamás, con la luz apagada. Y, hasta ahora, creo que sí me da el amor para poder vivir con eso.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Vivir conmigo no es fácil

Vivir conmigo no es fácil. Y no es que me haya dado cuenta de pronto: la verdad es que llevo años observándome. Vaya, no es tampoco que me esté observando todo el tiempo: cualquiera sabe que no se puede actuar y analizar al mismo tiempo, y por esa razón es importante observarse a uno mismo a través de la gente que comparte nuestros tiempos y espacios.

Pues bien, lo que yo he podido observar con cierto detenimiento son mis incongruencias. Tampoco es que todo el mundo sea tan coherente como teorema matemático. Antes al contrario: toda la gente, sin excepción alguna, es así. Dice una cosa y en los hechos hace otra muy distinta. Quizá lo que nos permite vivir con nosotros mismos es justamente que no nos percatamos de esa incongruencia y vivimos en la dulce creencia de que el ser y el decir-que-soy son una y la misma cosa.

Por ejemplo, llevaba apenas un par de días viviendo con Rubén, y antes de salir para irse a trabajar, me dejó dinero “para lo que necesites”. Antes del café y con un poco de jetlag, no pude hacer más que tomarlo y decir “gracias”. Mi feminazi interior, cuando tuvo su dosis necesaria de cafeína, se retorció por dentro. “¿Cómo? Pero, ¿cómo se te ocurre recibirle dinero?”, así, toda ofendida y verde del coraje. Claro: mi educación postmoderna rayana en el feminismo talibán tenía ganas de darme con una regla de madera en las manos por recibirle dinero a un hombre. ¡A un hombre! ¡Tú, que estás acostumbrada a financiar “lo que necesites”! Igual tomé el dinero y me fui al súper y como si fuera mi abuela (que nunca trabajó más que en su casa), compré víveres y otras cosas para preparar en la semana.

¡Qué incongruencia! Claro. Me veo ahora, semanas después, y aunque en el fondo no es lo mismo, es exactamente la misma situación que vivió mi abuela y mi madre después de ella: estoy en casa de mi otro significativo, me da dinero, compro víveres, le hago la comida, tiendo la cama, me aseguro de que las cosas estén más o menos en su lugar (o en donde yo me imagino que deberían estar), lo recibo por las tardes y le doy de cenar. Si tengo suerte, él lava los platos (últimamente le ha entrado la rebeldía y no lo hace), se plancha sus propias camisas y barre.

Me doy cuenta de que digo que en el fondo no es lo mismo, pero lo es. De alguna extraña manera, aunque tengo muchos más años de escuela y he trabajado más años que mi madre y mi abuela juntas, es exactamente lo mismo. Me vienen a la mente no sé cuántas páginas que he leído y reflexionado sobre el papel de la mujer en la sociedad, todo lo que, en teoría, ha cambiado, la cantidad de mujeres que optan por estilos de vida no tradicionales, mis propias amigas que, aún casadas, no levantan ni su ropa sucia, y sólo puedo concluir que me da exactamente lo mismo lo que diga la teoría. A fin de cuentas, uno busca su propia felicidad, y si la encuentra en cosas tradicionales, qué bueno, ¿no?

Me pregunto si sólo me lo digo para justificar inconscientemente mi circunstancia actual, la cual, de más está decirlo, sí me hace muy feliz. Aunque mi feminazi interior se retuerza de coraje.

Otro ejemplo que pensaba es cuánto me molesta que me chiflen los hombres en la calle. Vaya, no sólo que me chiflen: que me griten cosas, o que me miren como si fuera un apetecible pedazo de carne fresca. Es molesto, porque me siento una cosa linda que podría muy bien estar en un aparador. Lo aborrezco. Pero, por supuesto, el día que se me ocurre salir sin bañar, en fachas, sin gota de maquillaje y con las lagañas todavía en los ojos, y nadie me voltea a ver, como que mi ego sufre poquito. Por supuesto es una incongruencia. O sea, ¿te gusta o no que te chiflen? Pues no me gusta, pero me da la certeza, al menos, de que me veo bien. Y puedo racionalizar todo lo que quiera, justificarlo como más me guste, pero el hecho es que sí me choca que me griten cosas en la calle, pero me doy cuenta cuando no lo hacen.

Otra cosa son, por ejemplo, los gritos. Me choca la gente que grita, sobre todo cuando los gritos son furiosos y más que otra cosa son catarsis para no-sé-qué trauma o problema psicológico. Pero el otro día iba caminando con Rubén y le contesté a gritos. Fue sin querer, la verdad. Y claro, cuando me dice que “la conversación es entre Rubén y Nadia, y no entre todo Jujuy, y Rubén y Nadia”, me doy cuenta de que sí, en efecto, hablo a gritos. Mucho. Soy escandalosa, como dice él. Y entonces ya no sé si de verdad lo encuentro molesto o si sólo me digo eso porque me molesta que los gritos de otros no dejen que se escuche lo que yo, a gritos, quiero decir.

Podría seguir ilustrando, querido lector, las incongruencias de las que me percato en mí misma: que me gustan las cosas claras pero me cuesta mucho decirlas, que me choca el drama pero contribuyo bastante a hacerlo, que odio el desorden pero mis cajones son un desastre, que quiero que me entiendan pero me niego a entender (este es típico, creo, de la especie humana), me choca la gente incongruente, pero así soy, y así.

En suma, vivir conmigo no es fácil. Él también tiene lo suyo (y vaya que lo tiene), pero aún así, le deberíamos dar un premio o algo al Pinche Rubén, por aguantarme.

viernes, 25 de noviembre de 2011

No es lo mismo comer que tirarse con los platos

Suele decirse que a una le cuentan el cuento de hadas hasta “vivieron felices para siempre”, y lo que hay después, oculto tras una bruma rayana en el espanto, queda por descubrirse con sorpresa, susto y, algunas veces, horror. La verdad es que, dependiendo de qué tanta disponibilidad tenga una para reírse de una misma, ahí donde acaba el cuento de hadas puede que empiece una entretenida serie de humor y drama que, en general, hacen de la vida algo extremadamente disfrutable.

Tendría que aclararle al lector que apenas (y es un apenas muy relativo, como todo), llevo un mes, más o menos, viviendo con Rubén. Quizá lo que le añade emoción a nuestra novela involuntaria es que nos conocimos por Twitter y pese a los 7000 kilómetros que hay entre Jujuy y Monterrey, nos enamoramos. Un buen día agarré mis chivas y me vine a ponerle textura a una voz y a un rostro que había llegado a amar, con la sanísima intención de enamorarme más, desengañarme o algo. Luego de una semana, Rubén se tomó tres de vacaciones, y hemos estado juntos prácticamente 24 horas durante 21 días, lo que para él, según me cuenta, es un récord personal, considerando que sigo aquí y no tengo ganas de sacarle los ojos con una cuchara.

También debería saber, querido lector, que él tiene más kilometraje que yo, aunque apenas me lleva dos años: él ya estuvo casado antes y yo nunca había vivido con alguien ajeno a mi familia. Además, a querer y no, estamos en su territorio, en su país, en su casa, y yo aquí estoy lo más lejos de donde tengo enterrado el ombligo, con todo lo que ello significa: ni familia, ni amigos, ni idea de pequeñas diferencias culturales que ya he comentado antes pero que, si no las tomara con humor, probablemente me habrían llevado de vuelta a mi casa hace muchísimos días.

En suma: de pronto me encontré viviendo con alguien que ya llevaba algún tiempo viviendo solo, pero que, al menos, ya sabe qué es lo que no le gusta de la convivencia. Como todo soltero, pero más bien como cualquier otro mamífero en realidad, él hacía lo que le funcionaba: nunca lavaba platos porque casi nunca los ensuciaba; la ropa sucia iba organizada en montoncitos en el suelo; el refrigerador estaba prácticamente vacío; no tenía una sola olla con tapa; la cama permanecía, la mayor parte del tiempo, sin sábanas. Cosas así.

Se me ocurre explicarlo de este modo: llegar de pronto, con dos maletas, a invadir el espacio de alguien que probablemente no se imaginaba que las cosas podían salir bien (si a nuestra pequeña felicidad doméstica se le puede dar ese calificativo), es algo así como interrumpir al solista de un concierto para violín para decirle que nosotros podríamos afinarle el instrumento, si quiere, entre un movimiento y otro. Vaya: el verbo “interrumpir” parece que lo dice todo.

Ignoro, de verdad, que tanto he interrumpido a Rubén, pero al menos la cama tiene sábanas, el refri tiene comida y tenemos un cesto de ropa sucia. Y considerando que no estoy escribiendo esto con todas mis chivas apiladas en algún aeropuerto de Argentina esperando un vuelo de vuelta a mi casa, podemos decir que la interrupción no ha sido, hasta ahora, tan terrible que él esté irremediablemente desilusionado.

Quizá el gran tema de nuestra convivencia, hasta ahora, es el de los platos.

Uno de los acuerdos es que Rubén los lava. Yo los ensucio alegremente (se me da eso de la cocina, y al menos se come todo lo que le doy), y él los lava. Y la verdad es que yo ensucio platos que da miedo y él odia cordialmente lavarlos, y aunque a veces puede estar horas dando vueltas por la casa con la intención de lavarlos pero sin ganas, a fin de cuentas los lava. A veces la conversación es así:

-Mi amor, ¿qué hacés?-, me dice él.
-Leo, mientras espero que laves los platos.

Luego de eso viene una larga diatriba que seguro se incluye en el manual de inducción de todos los hombres que se involucran en una relación, y en donde figuran las cosas que le advertía su madre sobre las mujeres, lo iguales que somos todas, luego pasa por el “¡qué bruja que sos!”, pero que siempre acaba con el Pinche Rubén lavando los platos.

Usted podría pensar, querido lector, que tener al menos unas 500 horas de vuelo juntos no es para nada una muestra de lo que es la vida en pareja. Pero tal vez sí. Yo, la verdad, lo ignoro, pero mientras, sigo ensuciando platos y riéndome muchísimo más de lo que sufro la falta de chiles y tortillas, y sigo enamorada como una idiota que se enamora todos los días un poquito más. Y mientras le guste lo que le cocino, parece que él seguirá lavando los platos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La verdad sobre salir con un poetuitero

Yo las he visto, suspirando por ese tuitero que escribe versos rebonitos y con sus palabras construye el castillo en el que se sienten la princesa a punto de ser rescatada a fuerza de versos y palabras lindas. Pues bien: sepan que el león nunca es como lo pintan y que, si acaso la fortuna les sonríe con la oportunidad de ligarse en la realidad a ese poetuitero de las letras lindas, deben estar preparadas para lo que sea. Y cuando digo lo que sea, no es eufemismo: es neta.

Lo que siempre será cierto, en este mundo incierto, es que las palabras románticas tienen ese efecto somnífero sobre la razón, y en especial sobre lo razonable, y una lee cosas como esta:



y no puede menos que sentir que le brinca el corazón. Y más si no sólo lee, sino que sabe que le escribieron a una algo como esto:



Y, claro, una vez dormidas la razón y el buen juicio, cae a los pies del poetuitero porque él dice que una ha inspirado palabras como estas:



Por cosas así, yo no me enamoré: me enamoraron.

Y, ¡oh, sorpresa! Algunos meses y varios miles de kilómetros después, aquí estoy con el poetuitero en cuestión, observando atentamente que la realidad, en realidad, suele ser un poco menos romántica de lo que uno se imagina, sin dejar por ello de ser intensa e interesante y bastante más divertida.

Por ejemplo, el otro día caminaba con el Pinche Rubén, y empezó a llover. Y me dice “¡Cómo me gusta caminar bajo la lluvia! Pero soltame, que si te caes nos caemos los dos”. Es decir, en ese minuto todo lo romántico que podía tener caminar bajo la lluvia, se diluyó. O como el otro día que lo abracé mientras lavaba los platos y me dijo: “mi amor, yo te amo pero si dejo caer los platos va a ser por mi culpa y te voy a echar la culpa a ti”. O aún, en medio de un intento de abrazo apasionado, que te digan “Ay, me asfixio, basta por favor”, no es ni exacta ni remotamente lo más romántico que podrías escuchar. Ni hablar.

Más aún, ese tuitero apasionado de palabras rosas y frases bonitas que me embobaba, tuvo la ocurrencia de decirme: “quiero que te quedes conmigo, ¿sí o no?”, en un tono de ultimátum que acabó con toda fantasía romántica que pudiera haber tenido. “Ay, Rubén, pero es que antes me escribías cosas tan cursis”, le dije. “Pero es que eso escribo, y para qué te escribo ahora si te tengo aquí. ¿Qué no ves en mi ojos que te amo cada vez que te miro?”, me respondió, y pues, nada, que aunque mi sentido común me quiere decir que tiene razón, mi vena poética sufre poquito.

Vaya: no quiero decir que estoy decepcionada. Para nada. Así como no le cambiaría una coma a nuestra historia, no le cambiaría tampoco las cosas cotidianas que he podido aprender de verle todos los días (que ronca como un león, hace una maña tremenda para limpiar, que se puede pasar horas embobado mirando películas, que se burla de mi risa, que le gusta comer pero no tirarse con los platos, literalmente, y otras muchas pequeñeces que hacen de él la persona única y fabulosa que me enamora todos los días). Quizá mi naturaleza felina hace que sus comportamientos tan contradictorios sean la mar de interesantes. Y ese tipo de contradicciones son las que hacen que me enamore, ahora de otra manera y quizá con otro sentido. O sea que no es igual, pero es lo mismo. Al menos me hace reír mucho y cualquier mujer sabe que una siempre ama al hombre capaz de hacerla reír. Y sí.

sábado, 12 de noviembre de 2011

De viaje

Compartir vida y espacio con otra persona no es nada fácil. El grado de dificultad aumenta cuando el otro significativo es de una cultura ajena a la propia: choque cultural le llaman, creo. Pero a veces la cuestión tiene poco que ver con el choque cultural y más bien es inherente a ser-con-otro el que la vida pase jocosamente por encima de uno.

Mi otro significativo (Rubén, o Pinche Rubén como le digo de cariño), salimos a hacer un viaje corto al norte de la provincia de Jujuy, a visitar un par de pueblitos de La Quebrada. Tomamos el camión desde San Salvador hacia Tilcara, y luego de un par de horas de sudar en equipo con otras cuarenta personas que sufrimos la falta de aire acondicionado, llegamos. Compramos una tortilla en la calle para entretener la tripa y caminamos al lado de un perro (¡cabrón perro!) que insistía en saltar y saltar frente a mí para robarme la tortilla, que no es exactamente una tortilla como las que en México son el pan de cada día, pero se parece bastante y la verdad, estaba deliciosa, o tanta hambre tenía que así me pareció.

Sudados y cansados, seguimos caminando hasta la plaza (y suena largo el “hasta la plaza”, pero de la terminal de autobuses a la plaza no hay más de seis o siete cuadras, mismas que recorrimos unas veinte veces mientras estuvimos ahí) a esperar a que la hermana de Rubén le respondiera un SMS porque, ¡claro!, no apuntó la dirección del hotelito donde hizo la reservación. Tan fácil que era llamar de nuevo al hotel y preguntar en dónde estaba, ¿no? Pues sí, así que se lo dije y un ratito después ya estábamos instalados en una cabañita pequeña y bonita de dos plantas y con un baño con tina que me hizo ojitos desde que lo vi (¡Dios bendiga los baños en tina!).

Al rato nos fuimos a cenar. Más exactamente, a buscar dónde cenar, porque ser vegetariana parece que es exiliarse de la humanidad, al menos en esta parte del mundo en que lo mismo comen res, conejo o llama (dos días después, Rubén se comió una cazuela de llama y el muy ingrato dijo “sabe a que murió mirando los cerros en los que nació”, ¡Pinche Rubén!). Pizza y ensalada sería, ni hablar. Eso más una cerveza. Nos sentamos en un espacio al aire libre del restaurante y vimos desfilar no sé cuántos franceses que al parecer también encontraron interesante pasearse por Tilcara en temporada baja. Había franceses y porteños que nos miraban raro. Vaya, no es tampoco que seamos un espectáculo a la vista, lo que pasa es que el Pinche Rubén se la pasa haciéndome reír y tengo una risa tan poco discreta que los porteños le preguntaron de dónde éramos, y tan contagioso tengo el “pinche” que pensaron que él también era mexicano. La conclusión obvia es que los mexicanos somos escandalosos: un desmadre, que le dicen.

El día siguiente le conseguimos a Rubén un sombrero para que no anduviera despeinado y luego hicimos la caminata a Pucara, una ciudad ocupada por los Incas hace unos 700 años y que ha sido reconstruida por arqueólogos y que nos deja con muchas dudas respecto a la precisión de éstos a la hora de interpretar ruinas. Luego de subir y subir y caminar de aquí para allá, entre casas de piedra y cardones gigantescos, llegamos hasta un monumento construido en honor a los arqueólogos que trabajaron en el lugar. Mire usted: ser arqueólogo y hacerse una pirámide para conmemorar su trabajo tiene que ser lo más absurdo de la vida, pero bueno, ahí estábamos, mirando la pirámide, tomando fotos del lugar, cuando de pronto una ráfaga de viento le arrancó el sombrero a Rubén y salió corriendo a perseguirlo. Creo que mi carcajada se escuchó claramente en Tilcara y eso tiene que ser lo mejor de todo el viaje, lástima que por la risa no alcancé a sacarle una foto, ni modo. Y la foto no a mi risa, sino a Rubén correteando su sombrero, aclaro.

Al día siguiente salimos para Purmamarca, otro pueblito de La Quebrada en donde no hay mucho más que un cerro que le llaman De los Siete Colores porque, bueno, tiene siete colores, y según me informan, es la imagen turística de la provincia de Jujuy. Luego de la caminata, volvimos a la plaza central del pueblo que estaba infestada de alemanes y uno que otro sureño despistado. Encontramos donde comer (de nuevo, entre mi vegetarianismo, que empiezo a concebir como una enfermedad, y los horarios de los restaurantes, comer se ha vuelto un poco angustioso) y, ¡oh, sorpresa! La cuenta que Dios me cobra cada mes por ser mujer llegó antes de lo previsto y, nada, me puso de mal humor, lo cual parece la señal que espera el Pinche Rubén para ponerse en modo de joder encantadoramente, lo cual en otra circunstancia sí me parece encantador, pero con cólico menstrual es poco menos que una patada en el trasero. Para avivar mi mal humor, perdimos el camión de vuelta a San Salvador, y tuvimos que esperar una hora más.

Al final, tomamos un taxi compartido que hizo del viaje de vuelta (que dura una hora), el más largo en la historia de los viajes de vuelta: una mujer se subió con nosotros y se instaló en el asiento del copiloto, y no paró de hablar ni para tomar aire hasta que llegamos. Apretados en el asiento de atrás, íbamos Rubén, un tipo con aspecto de hippie rezagado, y en medio de los dos, yo. El hippie rezagado, luego de una siesta breve, no dejó de menearse en el asiento de una forma nerviosa que, junto con el parloteo de la mujer y la música guapachosa del conductor, acabó por ponernos los pelos de punta.

Ignoro si a todo mundo le pasa, o si pasa siempre, o si simplemente estas cosas me ocurren sólo a mí exclusivamente para que venga y se las cuente a ustedes. En cualquier caso, lo mejor de los viajes (cortos, largos o como sean), es llegar a casa y dar un suspiro de alivio y sentir como un triunfo sobre la vida el terminar el viaje.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Y no hablamos el mismo español

Hace poco escuché a Johan Galtung decir que las relaciones interculturales son divertidísimas. Él es noruego y está casado con una japonesa. La distancia cultural es abismal, y ciertamente se me ocurren una gran cantidad de disparidades y malentendidos que podrían surgir de una relación así. Sin duda, debe ser divertidísimo, si uno tiene la suficiente seriedad para reírse de uno mismo.

El sentido común podría indicar que la diversión es directamente proporcional a la brecha cultural. Pero también ocurre que el sentido común a veces se queda corto, y la realidad de la vida llega para superar cualquier sarcasmo. Y uno sólo puede sentarse y disfrutar la función.

Sin entrar en mayores detalles de la historia de amor, entérese el lector que he estado compartiendo vida y espacio con un argentino. Soy mexicana, y la propaganda –culpable en gran medida de formar el sentido común-, indica que todos los hispanos estamos hermanados por la lengua, los siglos de historia común, la cultura, y otra larga perorata de lugares comunes que suenan lindísimos en los discursos políticos en los organismos multilaterales, pero que en la realidad del día a día pasan a un lejano segundo plano a la hora de habérselas con una persona que no comparte muchas sutilezas del lenguaje.

¿Qué tan divertido podría ponerse el asunto entre un argentino y una mexicana?

Mucho.

Claro, nos une el lenguaje del amor. Palabras bonitas, tiernas y románticas, las estrellas de tus ojos y te bajaré la luna y así. Pero en el día a día, la cuestión aterriza a los terruños de la realidad doméstica y las discusiones van más o menos así:

-Rubén, no puedo prender el boiler.
-¿El qué?
-El del agua caliente.
-Ah, el calefón. Mirá: vos tenés que abrir la canilla de la pileta de la cocina hasta que se prenda.
-¿Que abra la qué de dónde?

Y así.

Otra cosa es el “che”. Me suena demasiado extraño. El otro día, mi suegra me dijo así, y no supe si era indicativo de cercanía, desprecio o qué. Vaya, entiendo a cuento de qué viene, pero no deja de sonarme raro. Me sonó a que si mi suegra fuera mexicana, me diría “wey”, con el cariño que se lo digo a veces a mis amigas, así que mejor me limité a sonreír con candidez. Claro que ella no tuvo reparo en reír a carcajadas cuando me contó que recibió un SMS de mi parte diciéndole que estaba “levantando la cocina”, porque no entendió a qué me refería y le pareció tremendamente divertido. Vayan a saber ustedes qué se imaginó que estaba haciendo.

Caminar por el súper es también una aventura del lenguaje. De pronto el altavoz pide que no dejes tus cosas personales en el changuito, y yo miro para todos lados esperando ver algo pequeño, peludo y antropomorfo que no sea el chico que despacha zapallitos, los cuales eran totalmente ajenos a mi imaginario culinario hasta que llegué preguntando por calabazas. Resulta que los changuitos son los carritos del súper, un remís es un taxi y Rubén va a trabajar en colectivo y no en camión. Válgame Dios.

A mí me da muchísima risa cuando me dice “qué jodida que sos”, porque la verdad no me queda muy claro de qué me está hablando, y él se ríe igual cuando yo le digo “eres un cabrón”, porque no me entiende que la frase tiene el tono de regaño. Añadirle a todo eso el hecho de que pongo su ropa sucia en el cesto de la ropa sucia y no en la caja de tiliches (creo que él no tiene idea de lo que son los tiliches ni lo poco práctico que resulta echar la ropa sucia a su caja mientras el cesto está vacío), hace de la realidad, aunque sea tan doméstica y, en apariencia, tan cotidiana, una aventura de todos los días.

martes, 1 de noviembre de 2011

¿Qué es un suspiro?

Mi corazón susurrando tu nombre.

Una promesa de beso.
Un beso en caída libre hacia el vacío

Una declaración de amor.
Un "no puedo" que sale, para dejar entrar un "sí quiero".
Una razón que se pierde, por un latido que se gana.


Tu boca haciendo falta en la mía.
Mi intento de ser viento y despeinarte.
La memoria de tu aliento en mis labios.
Una pausa entre la vida que se queda y el amor que se va.


viernes, 28 de octubre de 2011

Romance del gato y la Luna


La Luna ama al gato blanco, y siempre lo espera al pardear la tarde.
El gato blanco se asoma a buscar a la Luna, y al ronronear parece que la llama.
La Luna es fiel a la cita. El gato blanco, desde la ventana, sonríe y ronronea.
El gato ama a la Luna desde la distancia; sabe que, si se acerca, no podría contemplarla en su inmensidad.
La Luna ama al gato blanco que la ama. Su idilio es mirarse con sigilo a la distancia.
El gato mira a la Luna, seguro de que ella lo mira de vuelta.
La Luna ama al gato blanco, desde su infinito silencio.
El gato blanco se da baños de Luna, esperando impregnar su pelaje de un aroma que apenas adivina.
La Luna está llena. Su luz se refleja en los bigotes del gato blanco, como una caricia atrevida.
El gato blanco se deja alumbrar por la luz de la Luna. Espera que ella le indique el camino hacia la felicidad.
La Luna desea esos bigotes que visten de sueños al gato blanco.
El gato blanco se imagina en la Luna. Sería un gato lunar abrazado a su blancura por una eternidad.
La Luna observa al gato: su pelo blanco la invita pensar que es un poco lunar.
El gato lunar retoza en la hierba. La Luna sonríe. Su amor distante es complicidad y ternura.
Al alba, el gato blanco se despide de la Luna y se sonríe.
Al alba, la Luna dice adiós a su gato blanco y se sonroja.
El amor del gato blanco y la Luna tiene tintes de leyenda.
Ellos lo ignoran, felices, con los ojos llenos de mirarse.

Para William.

domingo, 16 de octubre de 2011

Lo que quiero decir


Que sale el Sol hasta en las mañanas nubladas.
Que la Luna es un lindo lugar para dar un paseo.
Que me llenas la vida de flores.
Que todo cabe en suspiro, y entre suspiro y suspiro cabe sólo un beso.
Que te quiero perfumándome las sábanas con el aroma de tu cuerpo.
Que quisiera tener vida de sobra para dártela.
Que hay tanto que no entiendo, pero que lo siento.
Que todo va a pasar cuando tenga que pasar.
Que no tengo miedo.
Eso y quizá mucho más
es lo que quiero decir, cuando te digo que te amo.

viernes, 7 de octubre de 2011

No importa


En el parque, el niño lanza migas de pan sin importarle que lo mismo las comen las palomas que los cuervos.

Así también el sol: brilla lo mismo sobre el rey que sobre el mendigo.

Y el aire, tan necesario, está para que tú y yo lo respiremos sin esfuerzo.

Y es que no importa: ningún esfuerzo es vano. Ninguna soledad es definitiva. Ningún momento, o parte de un momento, ocurren para nada.

No importa por qué: lo que importa es descubrir para qué.

lunes, 3 de octubre de 2011

Selenographia

En las notas perdidas que hiciera Johannes Hevelius para su Selenographia, sive Lunae descriptio, se dice que añadió marcas poéticas que ya prefiguraban la nomenclatura que se le da a la geografía lunar. Dichas marcas, hoy perdidas, pasaron de boca en boca en la familia de uno de sus alumnos, hasta que la familia tuvo que dejar Danzig (hoy Gdansk), donde el astrónomo nació y murió en el siglo XVII, cuando las tropas soviéticas destrozaron la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial. La fidelidad de las notas, así como su origen, es cuestionable, dado que no quedan registros físicos de que Hevelius, efectivamente, las escribiera alguna vez. Además, el traqueteo del latín al alemán moderno, al inglés, al español, seguramente han lastimado su sentido originario, y puede que ni siquiera sean, de cierto, las ideas originales nacidas de la pluma del científico polaco.

Lacus Somniorum: imaginar un futuro posible, todavía invisible.
En el árbol muerto del invierno habita la esperanza: el sueño imposible de sus flores y sus frutos. Así, soñar despiertos es el ritmo creador de la vida.

Mare Frigoris: la muerte por la muerte misma.
La poesía del último aliento, el rapto de la agonía. La lucha del día y la noche; la incapacidad de dejar ir, de soltar(se).

Oceanus Procellarum: odio, desengaño, decepción.
Querer lo que se quiere y no lo que se puede. Condenar a toda la humanidad por lo que un solo hombre ha cometido.

Mare Serenitatis: las segundas oportunidades.
Cada día es una oportunidad de recomenzar, de reinventarse, de resurgir. Amanecer para reinventarse, no para repetirse.

Mare Imbrium: renovación.
Mudar de piel, cambiar de ser de tanto en tanto. La lluvia refrescante que se lleva lo viejo con ella y da paso a lo mejor.

Mare Tranquilitatis: el auto engaño, la mala fe.
La duda mata; la ignorancia deja vivir. Y siempre le vemos la misma cara a la Luna.

Sinus Aestum: cambio, vaivén, transformación.
Ninguna ola es igual a la anterior, y aun así, su monótono vaivén es un cambio estable. Sólo podemos estar seguros de que todo cambia.

martes, 27 de septiembre de 2011

Soñadores

En un cuaderno de notas que aún no tengo, con una caligrafía que no es la mía pero que no dudo haya salido de mis manos porque nadie se atreve a tocar mis notas, leo este apunte para un cuento, quizá una novela, que nunca voy a escribir:

Hay algo en nosotros, los seres humanos, que nos habita. Algunas tradiciones le llaman alma, otras consciencia, otras mente. Es el puente que une la experiencia sensible con el pensamiento. Si eso, llámese como se llame, trasciende, no tiene por qué reconocer el tiempo ni su flujo, porque el tiempo es la más sensible de todas las experiencias. Si eso, que podemos llamar alma, trasciende, entonces existe la reencarnación, y su migración de una experiencia sensible a otra conserva el eco de otro cuerpo, de otros cuerpos, de otros tiempos, de otros lugares. Si el alma reencarna, es posible que algunos de nosotros vengamos del futuro.


Él era un hombre de ojos verdes y alma vieja. Su voz era pasión y furia. Hablaba de cambiar el mundo. Decía que había que imaginar un mundo mejor para crearlo. Creía que creaba cuando pintaba un mundo en donde no había más diferencias que la capacidad creadora de cada uno de nosotros. Veía un futuro tan claro, tan feliz y tan perteneciente a toda la raza humana, que casi podías habitarlo. Por eso luchaba. Murió el 29 de Agosto de 1970 en Chicago, durante una protesta contra la guerra de Vietnam. Regresó birmana un 19 de junio de 1945.


Si el alma reencarna y ha venido del futuro, sabe qué ha pasado. Sabe que este lugar y este momento son contingentes. Sabe algo que ignoramos. La chispa del futuro en estas almas viajeras sabe. Y cuando en nuestra experiencia sensible algo clama justicia, equidad, tolerancia y cambio, es porque el alma sabe, ha visto, que el mundo puede ser así, porque en otro lugar y otro momento, así es. El alma sabe, el cuerpo responde, y la misión de esa alma en esa vida es proclamarlo por todos los medios posibles. Si el alma futuriza un mundo mejor, es porque lo ha visto. Estas almas no son meros soñadores: son visionarios. La visión del mundo mejor la tienen impresa por toda la eternidad.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Instrucciones para combatir la angustia una tarde de lunes

1. Avise en su casa/trabajo/escuela que va por cigarros.

a. Si usted no fuma, es un excelente momento para comenzar.
b. Si usted fuma, es el peor momento para intentar dejarlo.

2. Suba a su auto.

a. Si usted no tiene auto, pida uno prestado.
b. Si usted no consigue un auto, ríndase: morirá de angustia.

3. Vaya, efectivamente, por cigarros.

4. Encienda uno.

5. Encienda el sonido con una canción de rock particularmente escandalosa. Recomiendo Cryin’ de Aerosmith, pero sólo porque es el CD que está atascado en el aparato de mi auto desde hace meses.

6. Fume y cante y conduzca sin rumbo por un rato.

7. Apasiónese. Que no le dé pena que los transeúntes y otros automovilistas lo miren. Agite la cabeza y las manos. Deje salir toda esa mala energía. Sea explosivo.

8. Vigile su tanque de gasolina. Si usted es como yo y gastó el dinero de la gasolina en cigarros, procure no ir demasiado lejos.

9. Regrese al paso cuatro y repita cuantas veces sea necesario.

10. Usted sabrá que ha concluido el proceso exitosamente cuando:

a. Su angustia haya disminuido notablemente y se sienta aliviado y capaz de volver a su casa/trabajo/escuela sin ganas de estrangular a alguien.
b. Se haya desgañitado por cantar rock y fumar, en cuyo caso, lo que le preocupará ahora será su garganta, lo cual puede ser una nueva fuente de angustia si usted no sabe controlarse.
c. Se le haya acabado la gasolina, en cuyo caso, lo que le preocupará ahora será volver a su casa/trabajo/escuela, lo cual puede ser una nueva fuente de angustia si usted no sabe controlarse.
d. Si ocurriesen b o c, no se apanique. Intente morderse las uñas: suele ser un gran alivio al momento de sentir angustia.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Instrucciones para amar a alguien sin ser correspondido

1. Si ya está enamorado, asegúrese de que el objeto de su afecto:

a. Esté actualmente en otra relación.
b. Esté enamorado de alguien más.
c. No esté interesado en usted.

2. Si no está enamorado, vea las instrucciones para enamorarse y repita el paso 1.

3. Reúna toda la información posible sobre el objeto de su afecto. Pregunte a sus amistades en común sobre sus hábitos y costumbres. Elabore una bitácora sobre lo que hace. Sea meticuloso.

4. Acose al objeto de su afecto. Sígalo a los lugares que frecuenta. Tropiécese con él “accidentalmente”. Asegúrese de que lo sigue en todas las redes sociales. Es indispensable que el objeto de su afecto se sienta hostigado. De lo contrario, usted podría efectivamente despertar su interés y el propósito de todo esto se vería truncado.

5. Durante sus encuentros “accidentales”, no se controle. Sude, tiemble y tartamudee. Que su atracción sea notoria. No oculte sus emociones: el objeto de su afecto puede empezar a enamorarse de usted si nota una pizca de indiferencia.

6. Hágale regalitos, especialmente en su cumpleaños, navidad, día de los enamorados, día de la marmota. Cualquier día es un excelente pretexto. Cerciórese de que el objeto de su afecto no sepa que vienen de usted, pero que lo sospeche. Sea abrumador.

7. Sufra. Haga una lista de canciones tortuosas. Incluya canciones estruendosas y dolorosas como “Creep” y “Cryin’”. Si tiene ánimo tequilero, pruebe con “No me queda más” y “Yo no nací para amar”. Recuerde: sufrir le hará pensar que se merece el amor del objeto de su afecto, lo cual le impedirá desistir en sus afanes.

8. Asegúrese de que ha dejado de dormir y de comer adecuadamente. Es muy importante que su estado físico denote su angustia y deseo no correspondido. De lo contrario, la gente podría sospechar que usted no está lo suficientemente obsesionado.

9. Si el objeto de su afecto llegara a fastidiarse, hará todo lo posible por evitarle a usted. Permítalo. El rechazo agudizará su angustia y sufrimiento y será capaz de prolongarlos por muchos, muchos meses. Incluso años.

10. Si el objeto de su afecto pierde la razón y se enamora de usted, tenga cuidado: muy pronto usted descubrirá que en realidad no era lo que esperaba y le abandonará rápidamente. Recomiéndele entonces las instrucciones para curar el mal de amores, y usted encárguese de pensar muy bien en qué quiere invertir su tiempo y energía la próxima vez que se enamore.

martes, 20 de septiembre de 2011

Instrucciones para curar el mal de amores

*Nota: Si usted no es mujer, probablemente estas instrucciones no le funcionen. Pero no se preocupe: nadie es perfecto.
1. Llore, pero establezca un horario. Es preferible por las noches: las almohadas llenas de lágrimas tienen el efecto de hacerle sentir aún más patético, miserable y absurdo. Procure hacer como que nadie se da cuenta: su familia y amigos se esforzarán por hacer como que no saben que usted lo hace. Sea disciplinado: llorar, como cualquier otro arte, se perfecciona con la práctica.

2. Consiga una amiga que no se canse de escuchar lo maravilloso que es su ex.

3. Hable con ella todas las veces que pueda. Sirve hacerlo vía electrónica, pero es mucho más catártico que ella le vea a usted llorar, gemir, agitar los brazos y hacer gestos. Ensaye antes frente al espejo de ser necesario.

4. Ármese de un litro de helado y unas cuantas películas lacrimógenas. Puede empezar por torturarse con cosas como “The Lake House” o “The Notebook”. Así, el efecto de la culpa, el arrepentimiento, el “por qué a mí no me pasan esas cosas” y el “por qué me dejó si todo era perfecto”, se potencializan. No olvide tener a la mano un pañuelo. Usar kleenex no está en onda y además es poco ecológico.

5. Repita los pasos 3 y 4 hasta que su ex deje de parecerle tan maravilloso.

6. Consiga una amiga que no se canse de escuchar lo desgraciado que es su ex.

7. Hable con ella todas las veces que pueda. Probablemente, su monólogo sea interrumpido por un monólogo muy parecido que su amiga traerá a colación, a propósito de lo desgraciado que es su propio ex. La conversación se convertirá entonces en una lista de las patanadas de las que son capaces los hombres, y surgirá una especie de concurso de “a ver a quién de las dos le ha ido peor”.

8. Ármese de un litro de helado, y unas cuantas películas lacrimógenas. Es indispensable que todas tengan finales anti climáticos, como “The Reader” o “The Bridges of Madison County”. Así, el efecto del rencor, el odio, el “por qué me pasan estas cosas” y el “así de pinche sola me voy a quedar” se magnificará. Tenga además, a la mano, algo suave que pueda aventar. Romper el televisor no es, para nada, recomendable.

9. Repita los pasos 7 y 8 hasta que su ex deje de parecerle tan desgraciado.

10. Una buena mañana, levántese, mírese al espejo y notará los quince kilos de más que ha ganado por comer helado todas las noches, y el rostro demacrado por pasarla llorando y lamentándose por su ex. Se dará cuenta que el tipo no era ni tan maravilloso ni tan desgraciado, y usted podrá retomar su vida normal, lista para empezar de nuevo. (Vea las Instrucciones para enamorarse).

viernes, 16 de septiembre de 2011

El hombre de mis sueños


El hombre de mis sueños casi se ha desvanecido. A él lo había imaginado tanto. Es el hombre que habita los sueños de toda mujer, en lo más profundo y secreto de su corazón. Casi puedo verlo ahora, frente a mí. ¿Qué le diría, si en verdad estuviera aquí? “Perdóname. Nunca había tenido este sentimiento. He vivido sin él toda mi vida. ¿Es de extrañar que no te reconociera, a ti, que me has hecho sentir así por primera vez? ¿Habrá manera de explicarte cómo has cambiado mi vida? ¿Habrá alguna forma de hacerte saber la dulzura que me has dado? Hay tanto que decir y no encuentro las palabras. Salvo estas: te amo”. Eso le diría, si él realmente estuviera aquí.


Monólogo de Elise McKenna en Somewhere in time (1980)
Traducción libre.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Sálvense

Silencio en la calle,
aunque las torretas gritan y deslumbran.
Soldados. Disparos.
Ríos de sangre. Miedo.

Silencio en la plaza,
aunque la gente aúlla y se desborda.
Reclamos. Protestas.
Ríos de palabras. Coraje.

Silencio en la Patria,
aunque nuestros muertos hablan.
“No somos cifras. Somos nombres”.
Ríos de tristeza. Sálvense.

martes, 13 de septiembre de 2011

¿Dónde estás?

“¿Dónde estás?” Me hice esa pregunta tantas veces, aún sin saber quién eras; aún cuando sabía que estabas tan lejos que no podía alcanzarte. Aún cuando eras como una estrella y, desde lejos, me iluminabas el camino hacia ti.

“¿Dónde estás?” Me preguntaba, y cerrando los ojos te imaginaba de pie, tranquilo y pensativo, mirando al mar o quizás a un río. Me acercaba despacito; te abrazaba. Recargaba mi mejilla sobre tu espalda y me apretaba a ti. Sentía como te latía el corazón con fuerza; tus manos buscaban las mías y se estrechaban con calidez. Te oía suspirar. No te muevas, te decía, quédate así sólo un momento más. Es sólo un momento, pero parecen años. Quisiera que fueran años.

“¿Dónde estás?” Ese recuerdo que he creado en mi memoria, aunque falso, me hace estúpidamente feliz. Tal vez nunca había visto tu cara, tal vez nunca había escuchado tu voz, tal vez nunca te había dado ese abrazo. Y sin embargo, eras tú, siempre lo fuiste, y es tan lindo saber que existes.

“¿Dónde estás?” Preguntó mi corazón lleno de angustia tantas veces, preguntó con miedo al pensar que no podía encontrarte. Y un día descubrí que ahí estabas: en esa bufanda que dejé a medio tejer porque el frío me acalambraba las manos; en el rosario de plata que fue lo único que me dejó mi abuelo en espera de esa boda que nunca fue, y que tan fuerte estreché en mis manos rezando por encontrarte; estabas en esas amadas cartas, de desamor y de dolor que eran para nadie; entre las páginas de los poemarios de Sabines y Benedetti; en la copa vacía de un tinto que me tomé contigo sin estar tú aquí.

“¿Dónde estás?” Estas aquí, estás en mí. Estás donde nadie más sabe que te encuentro. Al fin has llegado. Aquí estás. Y la espera valió la pena.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Déjame ser

Me he hecho el hábito de amarte, entre el café de la mañana y nuestra primera canción. Entre los libros de Arendt y de Borges, los muros de la Biblioteca, el almuerzo de las doce y el segundo café del día que todavía hoy me gusta tomar negro.
Ya no me acuerdo cómo era la vida antes de tenerte. ¿Me llamaba así, o me decían de otra manera? Mi nombre, todos mis nombres, sólo hacen sentido si los dices tú.
Y ahora que me he hecho el hábito de amarte, déjame ser la fuerza que te falte, que aunque mis manos son pequeñas, están prestas siempre para ayudarte. Déjame ser tu voz cuando te falte el aire, que aunque a veces puede ser dulce y serena, también sabe gritar, sobre todo cuando grita al viento que te quiero.
Déjame ser tus pasos, y andar de tu mano tus caminos que conozco y amo por tus letras y palabras, que aunque mis pies estén cansados siempre los hallarás dispuestos a seguirte a dónde sea que los tuyos decidan llevarlos.
Déjame ser el aliento si te falta, la fe cuando te falle, la manta que te arrope, el agua que sacie tu sed y el viento que te despeine.
Déjame ser la mujer que te ame, porque, de todas formas, a pesar de todo, ya soy toda tuya.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El once ese



¿Te acuerdas que miramos las pantallas como viendo en el espejo?

Era como en un enorme y perverso juego de ajedrez: las piezas comenzaron a moverse temprano esa mañana. Ocurría lo imposible; hacíamos historia mientras la mirábamos hacerse. Nos envolvía una especie de pánico incrédulo, todo era confusión, ira, llanto, dolor. No había mucho que entender, sólo mirar.

Jaque mate, antes del mediodía. El enemigo que no se podía ver, no se podía tocar, ni se sabía de dónde había salido. Jaque mate. Una bofetada brutal y tajante. Y todos éramos víctimas y testigos, y por un momento éramos uno con los neoyorkinos.

Jaque mate, pero, ¿luego qué? La inquietud de todas las voces, las preguntas en el aire. ¿Quién? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Quién está a salvo en este mundo de locos? ¿Qué se puede esperar en este mundo loco? ¿Quién jugaba al ajedrez?

Dentro de un juego retorcido cuyo objetivo se podía vislumbrar, pero que nadie veía claramente, estaba Manhattan bajo el polvo, y entre el polvo el rostro de una niñita oriental, batido de sangre. Gente saltando desde los pisos más altos de las Torres Gemelas. Vuelos comerciales secuestrados y sus pasajeros asesinados a sangre fría. Vidas humanas perdidas.

Ese día, miramos las pantallas y cruzamos el espejo. El futuro, aterrador, estaba ahí. Ahí en el once ese, ese que se recordará por siempre.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Mi regalo de cumpleaños

De las historias que recibí por mi cumpleaños, esta es la que más me gustó. Se las comparto, porque creo que es el tipo de cosas que necesitamos saber y compartir, para que no se pierda nuestra capacidad de hacer algo bueno por los demás. Esta historia, además, fue contagiosa, como podrán ver.


Querida Nadia,

Antes que nada he de contarte que mis mejores amigas, aquellas que se han quedado através del tiempo son de los días 28, al igual que yo. Me siento muy feliz de conocer a una persona que piensa con el corazón como tú.

La buena obra que me inspiraste a hacer fue: juntar útiles escolares para 55 niñas de una casa hogar, ya que como sabemos, los niños son el futuro de este país y si no tienen las herramientas necesarias para enfrentarse al mundo, veo difícil que lo puedan lograr.

Esta labor no la hice yo sola, conté con la colaboracón de mis amigos, de esos que deseas haya muchos para hacer de este mundo un lugar mejor, la idea de ayudar nos motivo mucho, quisiera agradecer a Dafne, Adriana, Dalia, Enrique, Lily, Diana, Elisa, Anna y su novio, y mi mamá, sin ellos no hubiera podido juntar tantas cosas como hubiera querido.

Los útiles ya fueron entregados en la casa hogar el sábado pasado, ésta es la sorpresa que te había prometido, la madre superiora estaba muy agradecida, ya que como sabrás los útiles son muy caros.

Me despido deseandote el mejor de los cumpleaños, que estés llena de amor y de cosas lindas. Te mando un abrazo lleno de mucho cariño y la foto te la debo, sólo tomé una de los primeros cuardernos.

Te quiere Jess y algo más.

¡Gracias por esta linda historia, Jess! ¡Ya va tu regalito en camino!



lunes, 29 de agosto de 2011

A dos voces

Tanto tiempo esperándote y para besarte sólo tenía que mirar al norte e imaginarte.


Tanto tiempo esperándote y para quererte sólo tenía que volver al sur.


Tanto tiempo soñándote y estabas ahí, escribiendo para que pueda encontrarte.


Tanto tiempo escribiéndote, pensando que eras un sueño, cuando en realidad ahí estabas.


Olvidémonos del tiempo, seamos ahora en cada verso.


Olvidémonos de la distancia, seamos caricia en cada mirada.


Ni el tiempo ni la distancia nos separan si siento que me acaricias al escribir cada palabra.


El tiempo y la distancia son nada si siento que te tengo entre la piel y el alma.


El tiempo y la distancia dejaron de importar cuando supe que eras tú la que tanto esperaba.


Yo ya te esperaba, aún sin saber que eras tú.


Yo ya te soñaba, sin saber que eras tú la dueña de mis palabras.


Yo ya te leía desde el alma, antes de que escribieras nada.


Yo ya te escribía antes de saber que así llegaba a tu alma.


Yo ya te quería, antes de que siquiera lo imaginaras.



domingo, 21 de agosto de 2011

¿Dónde están los buenos?

De un par de años a la fecha, los “malos” (narcos, sicarios, secuestradores y un largo etcétera), se han apoderado de las calles. Peor aún, se han apoderado de nuestra tranquilidad, nuestra seguridad y nuestra vida. Y digo nuestra pensando en un sector de la población que, en teoría, está más o menos bien educado, más o menos bien informado y más o menos con capacidad de decisión. En muchas ciudades, los “malos” son un factor a considerar al momento de tomar decisiones que no solían ser de vida o muerte: ¿Salir de fiesta a riesgo de no volver, o mejor quedarse en casa? ¿Cambiar de auto a riesgo de que lo roben, o mejor no hacerlo? ¿Quedarme a vivir en mi ciudad a riesgo de que me secuestren, o mejor emigrar a otra ciudad o, incluso, a otro país?

Desde antes de 2006 el incremento en los delitos como el secuestro, la extorsión y algunos otros del fuero común, se han ido incrementando en nuestro país. Nadie quiere escuchar cifras ante lo que es, a ojos vistas, la realidad que vivimos, a veces de forma acuciante, en muchas ciudades de México. Y muchas han sido las voces que se han alzado para denunciar, protestar e inconformarse. Y una de las frases que recurrentemente he escuchado es “somos más los buenos”. A veces me pregunto: ¿es en serio? ¿De qué bondad creen que están hablando?

Creo que hay gran confusión al respecto: la bondad en el ámbito privado se evidencia en muchas actitudes y comportamientos que atañen solamente a ese ámbito de la vida. Ser una buena persona implica, en nuestro contexto, ser un buen hijo, hermano, padre, amigo, compañero de trabajo. No provocar el sufrimiento –físico, psicológico– de los otros en nuestro entorno inmediato podría ser el criterio para determinar la bondad de una persona. Y seguro que México está lleno de estos buenos. Pero eso no es suficiente en el ámbito público.

Uno de los filósofos más mal entendidos en la historia es Maquiavelo. Se le adjudica la frase “el fin justifica los medios”, pero se le da una interpretación rayana en caricatura, pensando que su instrumentalidad implica todos los fines y todos los medios, en todos los ámbitos de la vida. Maquiavelo en realidad se refería a que cualquier fin político, es decir, cualquier fin público, justifica cualquier medio político. Y con lo político, Maquiavelo y toda la tradición republicana se refieren a virtudes públicas como la participación, la tolerancia, el diálogo y el respeto al orden legal. Un buen ciudadano, por tanto, ejerce estas virtudes en el ámbito público, siempre en pos del fin público último que es el bien común, sea como sea que se quiera definir este.
México, sin duda, está lleno de buenas personas, y probablemente sean más esos los “buenos” que los “malos” que están acabando de a poco con nuestro país. Pero lo que no hay es “buenos” de los otros, del tipo ciudadano que se informa, que analiza, que toma postura y participa.

¿Dónde están los buenos? No los veo: veo manifestaciones y protestas públicas vacías en comparación a la cantidad de habitantes que hay en las ciudades; veo quejas en las redes sociales y en las charlas de café, pero no la inquietud de comprender y analizar la postura contraria; veo gente que se indigna y horroriza en lo privado pero en lo público trata de pasar desapercibido.

La realidad es que los “malos” son más que los “buenos”. Pobre México, si no nos damos cuenta y lo arreglamos. Y pronto. Porque podrán cambiar las leyes, el presidente, todos los gobernadores, diputados y senadores, pero los mexicanos, esos más de 76 millones de empadronados en el IFE, ¿quién los va a cambiar?

sábado, 20 de agosto de 2011

Tan lindo...

... que no parece mi nombre entre tus letras.



lunes, 20 de junio de 2011

Ana Frank no puede ver la luna

Hoy, Ana Frank cumpliría ochenta años,

¿cómo será ese sueño hondo
de cumplir y cumplir
ochenta años?

quién puede bajarse
del tren de la vida y mirar caminos
ochenta años

ochenta, ahora tendidos
en el viejo árbol de la muerte,

ochenta años

yo miraré por ti los fresnos,
apagaré las velas,
celebraré la luna,
besaré a mi mujer,
este es mi regalo:
felicidades.




*En realidad, hoy Ana Frank cumpliría 82 años*

domingo, 12 de junio de 2011

Querida yo a los 16 años

No lo hagas. No te rindas. Sé que no quieres morir, pero sientes que la vida no vale la pena. Tranquila. Apenas estás aprendiendo a vivir, y la vida es larga. Lo único que realmente vas a tener es tiempo. Y aunque hoy no puedas ver sentido o dirección algunos, el tiempo pasará igual, y todo será mucho más claro conforme vivas. No te prometo que será más fácil. Pero te prometo que aprenderás a crear tu vida en el día a día. Y vas a estar muy orgullosa de la mujer en la que te vas a convertir.

El mundo te parece oscuro, ajeno y feo, pero te prometo que un día, dentro de no muchos años, eso va a pasar, porque todo pasa. Tienes buenos amigos que te ayudarán a ver la vida de una forma distinta. Apóyate en ellos, que aunque no te entienden, te quieren. A algunos los vas a volver a ver; otros se irán para siempre de tu vida; pero a otros los seguirás teniendo en tu vida por muchos, muchos años. Cuídalos. Los amigos son un espejo que nos permite ver dimensiones de nosotros que a veces no sospechamos. Y aunque hoy te muestras huraña y te aíslas, un día te darás la oportunidad de abrirle el corazón a mucha gente. Habrá quien te quiera bien, habrá gente que te defraude, pero siempre, siempre te van a enseñar algo. Aprende la lección y sigue tu camino.

El amor te parece inmerecido. Te tengo noticias: siempre nos parece que es así, no importa la edad que tengamos. Sobre todo porque siempre es sorpresivo. A veces no lo esperas y aparece, inoportuno. Y aunque en este momento piensas que no lo encontrarás nunca, créeme: te va a llegar en el momento menos pensado. Y vas a ser muy feliz. Y, también, te va a doler. Pero no te preocupes: el dolor nos hace valorar lo bueno. Con el tiempo, aprenderás que sufrir no es obligatorio, y podrás ser capaz de agradecer el dolor que pase por tu vida.

Así que no te preocupes. A ese chico por el que suspiras y al que le escribes poemas de amor, y que nunca te va a hacer caso, no le llores (tanto). Te van a romper el corazón otras veces, y eso es bueno por al menos dos razones: cada vez aprendes más de ti, lo cual es bueno porque sólo tú vas a acompañarte toda la vida; y en segundo lugar, siempre, siempre volvemos a amar, lo cual es bueno porque aprendemos a hacerlo mejor. Dentro de unos años mirarás atrás, hacia los desencuentros, hacia el desengaño, y te dará mucha risa las veces que pensaste que la vida se acababa con el desamor. No se acaba.

Sé que te sientes inadecuada, fea y sin chiste, y que quieres cambiar. Si quieres teñirte el cabello, adelante. Pero en unos años el color natural de tu pelo castaño rojizo será la envidia de mucha gente. Y sí, aunque hoy te sientes fea y poco atractiva, te prometo que en algunos años realmente apreciarás tu belleza. Y sobre todo aprenderás que ser sexy es más una cuestión de actitud que de estética. Y, créeme, caminarás por la calle con la frente en alto sabiéndote una mujer muy sexy.

Sé que no soportas a tus padres. Con el tiempo, eso también pasará. Seguirán teniendo ideas muy distintas a las tuyas, y aunque a veces seguirán desesperándote, aprenderás a escucharlos. Y aprenderán, todos, a escucharse sin hacerse caso. Cuida a tu padre, que a veces es duro y frío pero te quiere, de veras. Cuida a tu madre, que nunca dejará de ser tu mejor amiga. Y acércate a tus hermanos muy temprano en la vida: son los únicos seres humanos a los que de verdad conoces desde que nacieron, y es lindo contar con ellos en los momentos más difíciles. También es lindo saber que ellos cuentan contigo.

Finalmente, ten en mente que tienes 16 años. No tienes que tener todas las respuestas. Ya te llevo media vida de distancia y tampoco lo tengo todo claro. Y espero que cuando vuelva a escribirte, a tus 31, desde los cuarenta y algo, pueda decirte todavía: todo pasa. Así que lo que pase, sea lo que sea, disfrútalo mucho. Ser feliz sólo es cuestión de querer.

Nadia

sábado, 4 de junio de 2011

Adiós Mi Amor, adiós

El fuego arrasa mi cuerpo con el dolor de amarte.
El dolor arrasa mi cuerpo con el fuego de amarte.
El dolor como una herida a punto de estallar de amor por ti.
Consumido por el fuego de mi amor por ti.
Recuerdo tus palabras.
Pienso ahora en tu amor por mí.
Me desgarro por tu amor por mí.
Dolor y más dolor.
¿Adónde te vas con mi amor?
Me dicen que te marchas.
Me dicen que me dejarás aquí.
Mi cuerpo se entumece de pena.
Recuerda lo que dije, Mi Amor.
Adiós Mi Amor, adiós.



(Traducción libre de Nadia L. Orozco)

lunes, 16 de mayo de 2011

Deberías saber

Deberías saber que a veces me río cuando duermo. A veces también canto dormida. No puedo dormir con la luz encendida y el estómago vacío, y prefiero las pijamas de algodón que las de seda. También reviso dos o tres veces las llaves de la estufa y el cerrojo de la puerta antes de dormir.

Debería decirte que no soporto un grifo que gotea, una madre que maltrata a su hijo, y una persona que no cruza las calles por las esquinas. No puedo pensar antes de desayunar, y a veces también es frecuente que no piense antes de hablar, pero nadie es perfecto.

Deberías saber, además, que adoro caminar, en especial si es colgada de tu brazo, porque soy muy torpe. A veces me caigo de la silla, y, ¡ay, Dios!, a veces también, estando de pie, me desplomo sin motivo. No puedo beber café sin tirármelo encima, y me es imposible comer sin ensuciarme las manos. Nunca brillaré en sociedad.

Debería hablarte un poco sobre mis excentricidades: uso el reloj en la muñeca derecha (soy diestra), para recordarme que lo único que tenemos en la vida es tiempo. Religiosamente me lavo la cara todas las noches; también, religiosamente, escribo al menos una página todos los días, y lo he hecho todos los días de mi vida desde los quince años. El primer libro que leí fue Cien Años de Soledad, aunque eso ya lo sabías, pero deberías saber que siempre vuelvo a él, sobre todo para sentirme en familia. Nunca salgo de casa sin, al menos, haberme maquillado las pestañas, y soy tan torpe para mentir que lo evito a toda costa.

Deberías saber que soy curiosa y me gusta hacer de todo (excepto eso que tú sabes que nunca voy a hacer), y aunque hago de todo y lo hago mal, le pongo todo el corazón (excepto esa parte de mi corazón que sabes que te toca a ti). Aunque me gusta mucho la compañía de la gente, paso la mayor parte del tiempo en soledad (excepto cuando te pienso y entonces sé que me acompañas), y también, algunas veces, me siento sola aunque esté rodeada de gente porque no sé expresar lo que me pasa por la cabeza (es de esas raras veces en las que pienso antes de hablar).

Debería decirte que soy muy apasionada: lo que me gusta, me gusta al extremo del delirio, y lo que no me gusta, lo odio y lo aborrezco. Son pocas las cosas que caen en esa clasificación, por cierto, porque también soy hábil para encontrarle el lado amable a casi todo. Me gusta reír, aunque a veces me da mucha vergüenza hacerlo en público porque mi risa es muy escandalosa, y a veces también contagiosa. Otro motivo por el que nunca seré una socialité.

Debería platicarte sobre mis amores: los libros, los zapatos, los Beatles y los gatos. No tengo los pies más bonitos, pero caminarían contigo hasta el fin del mundo, especialmente con un buen par de tacones que, la verdad, me gustan mucho. Me sé de memoria todas las canciones de los Beatles, y te podría decir cuándo y cómo descubrí cada una, y a qué momento exacto de mi vida me remite. Y es que tengo memoria fotográfica, sobre todo para las imágenes. Soy muy visual, algo curioso para alguien que es miope y no vio el mundo con claridad hasta hace unos años.

Debería decirte que nunca me tomo demasiado en serio, de hecho protagonizo la mayoría de los chistes que me cuento, y a veces soy sarcástica. Esto es de familia y a veces no logro evitarlo, ni siquiera cuando se esperaría que fuera seria. Eso sí, lo que digo me lo tomo con una seriedad de pulmonía, y a veces me cuesta trabajo entender que la gente no es así, y les sale muy bien decir las cosas por decir, sin sentirlas.

Y para terminar, debería contarte que hace muchas noches soñé contigo, y sólo estoy aquí para ver si de verdad existes. Y existes. Y me hace feliz que así sea, y quisiera decirte todas estas cosas que deberías saber, pero a veces no me atrevo: son esas veces en las que te llamo y digo “sólo quería saludarte”, cuando lo que quiero decirte es todo esto, o quizá, simplemente, decirte que te quiero.

viernes, 22 de abril de 2011

La paz como no-guerra

He seguido con atención los comunicados de Javier Sicilia, especialmente el último video en el que convoca a una marcha nacional el próximo 8 de mayo. Me reservaré, por lo pronto, mi opinión sobre la marcha como herramienta de protesta, y más bien quisiera traer la atención a un problema un poco menos coyuntural.

El discurso de Felipe Calderón, al inicio de su sexenio, se centró en declarar la guerra contra el narco. En pocos meses, se hizo evidente que lo que eso implicaba –si bien no lo significaba–, era un recrudecimiento de la violencia, un aumento sin precedente de todos los delitos en todo el país (sólo en Nuevo León, por ejemplo, el homicidio aumento un 298% entre 2009 y 2010), y una creciente percepción de que las cosas se le han salido de control al Gobierno Federal. Casos como el del hijo de Javier Sicilia y sus amigos (si bien no son los únicos ni los primeros, y tristemente, todos los días vemos que tampoco serán los últimos), pusieron en evidencia que lo más fundamental, la vida de todos los ciudadanos, estaba en la línea de fuego, y sin mencionar lamentables declaraciones como que esos ciudadanos caídos son “daño colateral”, la gran publicidad de casos como el de Javier y Jorge, los alumnos del Tecnológico de Monterrey que fueron asesinados el año pasado sin que aún se sepa exactamente qué fue lo que pasó, y el del mismo Juan Francisco Sicilia y sus amigos, han hecho que la sociedad civil se movilice en torno a un discurso de “no a la guerra”, “no más sangre”, “ya basta”, y otras consignas igualmente razonables y quizá necesarias.

Pese a lo razonable, ese discurso del “no a la guerra” inquieta porque el problema se ha trasladado a la superficie, como ocurre siempre que la opinión pública se apodera de un tema en una sociedad mal educada, mal leída y, desde luego, mal alimentada. El problema de fondo no es la guerra contra el narco y terminarla: el problema son las causas profundas del narco, causas que, por otra parte, la situación económica y social de millones de familias han agudizado. Sin duda, los más aguzados analistas y opinadores estarán de acuerdo en que el problema de fondo no es el narco, sino la pobreza, la falta de empleo, y las poquísimas oportunidades de educación y superación. Y sin duda, quienes están pagando los platos rotos son los jóvenes, toda una generación perdida: según estadísticas judiciales más del 50% de delitos federales y del fuero común son cometidos por jóvenes de 14 a 29 años. Y si “Presunto Culpable” nos dice algo, es que muchos de los jóvenes que efectivamente acaban en las cárceles, ni son culpables ni tuvieron acceso a una justicia de verdad. Parece que la consigna es acabar con los jóvenes de esta generación, bien llenando con ellos las cárceles, o de plano orillándolos a las filas de los grupos delictivos.

Más aún: el problema en la superficie del discurso es que se cree que la paz es la ausencia de guerra. Justamente el discurso de la sociedad civil se ha vertido sobre la idea de que no queda claro qué es ganar la guerra contra el narco, y el reclamo, sin duda justo, justificado, moral y necesario, es que deberíamos tener derecho a vivir, y sobre todo, a ejercer nuestros derechos en paz. Lugares comunes se han vuelto la necesidad de mayor presencia del ejército, o sacarlo de la calle del todo (dependiendo de qué tan corrupta se percibe la policía local); mayores penas para los delitos como el secuestro y el homicidio (como si automáticamente esto constituyera un desincentivo para ellos); legalización de las drogas (como si el asunto del narco estuviera ligado sólo a drogas, y no también al a tráfico de armas, de personas, pornografía infantil, lavado de dinero, piratería, y otras más). Todas estas ideas, junto al reclamo de “no más sangre”, ni siquiera en el entendido de que estas y otras medidas fueran efectivamente tomadas, garantizan la paz. Porque la paz no es ausencia de guerra.

Haciendo un ejercicio de imaginación, ¿qué cambiaría si de pronto acabara la guerra contra el narco? Nada. Porque la paz no es no-guerra, sino no-violencia. El caso de Colombia y la aguda mirada de Leonel Narváez nos han enseñado que las pequeñas violencias, derivadas de una cultura en donde perviven el autoritarismo y el individualismo, se ven exacerbadas por un contexto social en el que la desigualdad deviene en rencor y éste asimismo genera violencia. Aún con el fin de la guerra contra el narco –lo que sea que eso signifique, tanto para el Gobierno Federal como para la sociedad civil-, la violencia cotidiana seguiría siendo la norma, en tanto y en cuanto no se invierta en una educación que privilegie el respeto al otro, el perdón como herramienta política y la reconciliación como visión de Estado.

Sin duda, lo más preocupante es que capitalizar el discurso de la no-guerra será labor del PRI para las próximas elecciones, pues aunque mucho se desdiga, Sócrates Rizzo no nos dejará mentir: el balance de poder entre el narco y la clase política fue mantenido por el PRI durante décadas. Aunque curiosamente, los estados más violentos, salvo Michoacán, son gobernados por el PRI (y eso debería provocar más de una pregunta). Y mientras en la superficie se mantenga esa falacia, de la paz como no-guerra, será imposible superar el escenario de violencia que por encima de todas las cosas, vulnera el Estado de Derecho y por ende, los derechos fundamentales de todos los mexicanos. Temas como corrupción, representatividad en las legislaturas, y rendición de cuentas pasarán de largo junto con asuntos como la educación, la salud, y el desarrollo técnico científico, que urgen tanto en el país.

El llamado de Sicilia, el “estamos hasta la madre” y el hecho de tomar las calles y protestar son de suyo actos violentos. No me queda claro todavía si son necesarios, pero no dejan de parecerme insuficientes. Ignoro si apostar a la movilización constante de la sociedad civil, que parece ser la apuesta de Sicilia, sea el camino hacia el tan anhelado cambio. Y desde luego, no sé qué es lo que hay que hacer, pero sin duda, nadie lo sabe, y esa debería ser una oportunidad para ponernos creativos al respecto.

martes, 22 de marzo de 2011

A un año: Jorge y Javier

"La única forma de demostrar un principio ético, es en la práctica". Hannah Arendt




Un año después del asesinato de Jorge y Javier, me senté sobre el césped, frente al portón del Tecnológico de Monterrey que todavía permanece cerrado, como si el acto simbólico de no volver a usar la puerta por donde entró la muerte, fuera suficiente para dejarla fuera. En la reja blanca, había un pequeño cartel: “No se olvida”; las llamas de tres veladoras tristes danzaban con el viento hasta que se apagaron; una única rosa blanca estaba pudriéndose en el suelo; y dos muchachos permanecían de pie. Ella lloraba, discretamente, mientras él le pasaba el brazo sobre los hombros. Permanecieron así un momento, dieron la vuelta y se marcharon.

Me quedé ahí sentada un rato. Luego acudí a la cita de la Rodada por la vida, a la que convocamos desde Contingente Monterrey, Pueblo Bicicletero, Biciérnagas y La Bola, cuatro colectivos que impulsan una agenda de recuperación ciudadana de los espacios públicos. La idea era pedalear desde Campus Monterrey hasta Palacio de Gobierno, en memoria de Jorge y Javier. Así lo hizo un grupo de unas cincuenta personas, que en bicicletas, patinetas y patines se desplazó escoltado por un par de patrullas y agentes de tránsito en motocicleta. Una vez frente a Palacio de Gobierno, gritamos consignas, leímos un desplegado, tuvimos un percance con empleados gubernamentales (mismo que no reseñaré ahora mismo, pero que en realidad era de esperarse y no pasó a mayores), y luego nos fuimos.

Yo volví a mi casa, cansada, adolorida y con sentimientos encontrados. Los actos en memoria de mis compañeros asesinados frente al Tecnológico, como tantas otras demostraciones cívicas de la sociedad civil, no dejan de tener ese doble cariz de tristeza y desesperanza, aunque son esperanzadores. Sobre todo porque en una ciudad de poco más de cuatro millones de habitantes, estos actos de conmemoración (la Ceremonia por la Paz dentro del Tecnológico y una protesta espontánea el viernes; la Rodada por la vida el sábado) no superaron las 100 personas. A mí, en lo personal, me hace pensar que ese “No se olvida” no es más que una frase hecha, que en realidad no significa nada. Me hace pensar que en esta democracia sin demócratas será imposible ganar la guerra porque pocos son quienes están dispuestos a dar un paso al frente y hacerse voluntarios de una causa que no sea el interés propio y la gloria personal.

Jorge y Javier y Lucy y tantos otros inocentes han dado su vida por este país, si bien tan sólo para que a algunos de nosotros se nos mueva la consciencia. Lo que me entristece es que ellos son asesinados todos los días por la indiferencia, la falta de conciencia cívica y de compromiso ciudadano. Siguen apilándose muertos sobre una sociedad incapaz de darse cuenta de que el día es hoy, y lo que hay que hacer es participar y en cada uno de nosotros está el cómo. Cambiar este país, lo he dicho muchas veces, empieza por cambiar uno.

Pero también dije que estas demostraciones fueron esperanzadoras. Lo fueron porque aunque somos poquísimos, aunque todavía hace falta crear sinergias y articular acciones, aunque la sociedad civil y las organizaciones están aún lejos de constituirse en factores reales de poder, aunque a algunos activistas todavía les pesa el afán de protagonismo y se les agota la creatividad, la semilla de cambio arraiga cada vez más profundamente entre nosotros.

Tal vez aún falta mucho; tal vez falta demasiado. Cada vez es más la gente que levanta y alza la voz y expresa su inconformidad con nuestras instituciones injustas, nuestros gobiernos corruptos, nuestros políticos inconscientes. Pero lo que hace falta es que esa gente ponga sus palabras en acción, las lleve a la práctica y haga la diferencia en vez de estar hablando tanto de ella.

Hay que dejar de predicar el cambio y empezar a hacerlo.

A Jorge y Javier.

jueves, 17 de marzo de 2011

No sé si soy yo la que te tiene o es al revés

Te miro sentado en el sillón, con esa expresión entre infantil y divertida, y suspiro. En realidad no podrían entender lo que te quiero. Últimamente eres algo entre mi mejor amigo y el amor de mi vida... es un poco difícil de explicar. Siempre estás ahí, cuando en la obscuridad de la noche necesito estar con alguien, y tú apareces a mi lado, con el buen tino de no decir palabra, tan sólo mirarme con esos enormes ojos brillantes que me encantan.

Si fuera de otra manera... pero es como es. Tú tienes tu mundo en particular y yo el mío, y a veces creo que no tienen nada que ver. No sé si soy yo la que te tiene o es al revés. Pero me encantas. Es como estar enamorada, mirarte echado en el sillón, con actitud de que el mundo te pertenece, mirándome a mí, o tan sólo paseando tus ojos por ahí.

En los últimos días, me eres tan necesario como el aire. Cuando en mitad de la noche me levanto insomne y tu vienes hacia mi y estás a mi lado, y siento el calor de tu cuerpo contra el mío, me siento segura y aunque tú no me lo digas, entiendo que comprendes que me siento un poco sola, y estas ahí, todo el tiempo que yo quiera.

Pero eso es en las noches. Durante el día, te dedicas a ignorarme, como si fuera un gran secreto el que te portes lindo conmigo, como si tuvieras miedo de que alguien se enterara de lo bueno que eres conmigo. Quizá es arrepentimiento, porque pone en duda tu calidad de macho, de soberano. Y aunque me volteas la cara cuando te miro, como no siendo yo digna de tus ojos, sé que es tan sólo porque todos te observan, y corres el peligro de que te juzguen un poco humano.

Ahora, te veo ahí en el sillón. Estamos solos y tu sonrisa me invita a acurrucarme a tu lado, a sentir el calor de tu piel, de tu inescrutable mirada, de tu mutismo. Me siento a tu lado y te sientas en mi regazo. Acaricio tu piel de terciopelo, tus orejitas puntiagudas. Siento tu peso en mi regazo y me reconforta pensar que me comprendes, y que tus esporádicos “miau” me resultan un mayor consuelo que la plática con cualquier otro ser humano. No sé si entiendes lo que siento, pero lo remedias perfectamente.

¿Qué sería de mí sin mi William?

viernes, 11 de febrero de 2011

Black Swan

De las películas de Darren Aronofsky, la que me ha parecido más personal es Black Swan. No es sorpresa: el cine, pero en el fondo todo el arte, depende del artista tanto como de la interpretación de quien lo mira. Es como un jarrón lleno de agua que se transporta entre dos personas que se miran a los ojos: se avanza sin titubeos, para que el agua no se derrame, aunque no sepas bien a bien hasta dónde te va a llevar.

Black Swan está basada en un ballet que la Ópera de Moscú encargo al enorme romántico Tchaikovsky en 1877, y es sin duda una de las piezas orquestales más conocidas y amadas en todo el mundo. La trama de la historia, una fantasía en la que una bella joven ha sido convertida en cisne por un hechizo que sólo el verdadero amor puede romper, es arquetípica de los cuentos de hadas, aunque la obra original de Tchaicovsky, las más de las veces, no tiene un final feliz. En la versión más conocida, la joven muere de la peor forma posible: muere de amor.

Aronofsky rescata esta magnífica obra romántica para que una compañía de ballet la lleve a escena. Su Reina Cisne (Natalie Portman), no sólo debe dominar las cuestiones técnicas de su arte, sino asumir el rol protagónico de su propia vida, llegando más allá de los límites de la locura. Justamente se trata de un filme sobre los límites, sobre los extremos luminosos y oscuros del ser que habitan en cada uno de nosotros. El balance entre uno y otro es logrado de forma magnífica por la combinación de la dirección, la música, la fotografía y la actuación incomparable de su protagonista.

Mi sensación es que esta es una cinta que debe habitarse, más que verse. Quizá me impresionó al reconocerme en los extremos de la doble interpretación de Portman porque suelo vivir en ese doble filo. Y, claro, el sentimiento al final es que hay que estar así de loco para entender lo que es estar así de enloquecido.

La amé, hoy más que nunca, desde mis más oscuros extremos. Cinco palomitas.