miércoles, 20 de octubre de 2010

El secreto de sus ojos

De aquello que nace en nuestra alma, las pasiones son sin duda de lo más inexplicable y misterioso que existe. Las pasiones, que en sentido estricto están contrapuestas a nuestra voluntad y se expresan siempre de manera que las padecemos, desafían el entendimiento de los filosofos desde que Platón divorciara irremediablemente el alma y el cuerpo, y son gran material para la ficción desde que el hombre se inventa cuentos.

Justamente la pasión es el gran pretexto para esta cinta argentina de Juan José Campanella, que el año pasado ganó el Oscar como mejor película extranjera. Basada en una novela de Eduardo Sacheri, El secreto de sus ojos es un thriller que lleva las pasiones a situaciones límite, al punto de que las líneas divisiorias entre la razón y la locura, el mal y el bien, la justicia y el perjuicio, acaban desdibujándose y perdiéndose.

Benjamín Esposito (Ricardo Darín) es un empleado del sistema de justicia federal, que luego de estar obsesionado por 25 años con un caso no resuelto y con una colega de la que siempre estuvo enamorado en secreto, regresa a Buenos Aires con la intención de poner todo aquello en un libro. Su remembranza nos revela de a poco lo que en una línea uno de los personajes del filme resume maravillosamente: "no podemos escapar de nuestras pasiones". Ya sea una mujer, el alcohol, el hambre de justicia, el amor no realizado o el fútbol, no importa cuánto lo intentemos, parece que las pasiones siempre jugarán en contra nuestra hasta que nos rindan.

Del título, ni les cuento, para que la vean. Pero además de que la dirección y el guión son fantásticos, la música está maravillosa, el final desafía nuestras más tradicionales ideas del bien, y las actuaciones son geniales. ¡Cinco palomitas!

jueves, 7 de octubre de 2010

Todavía tener esperanza...

Ayer, después de unos días muy intensos en los que la violencia se ha apoderado de Monterrey, y de enterarnos que la cuenta de víctimas civiles se incrementa a la par que las autoridades en el Estado de Nuevo León hacen gala de incapacidad, me fui a la cama y por alguna razón pensé en Columbine...

Se acordarán de esa tristemente célebre prepa gringa en donde una maestra y once de sus alumnos fueron asesinados por 2 muchachos muy perturbados. Alguien incluso ya se hizo rico haciendo una película al respecto. La llamada "Masacre de Columbine" ocurrió un día cualquiera, de esos que ahora nos sobran en este país, un el 20 de abril de 1999.

Me acordé de Columbine pensando en Lucila Quintanilla, la joven de 21 años que ayer por la tarde caminaba en las calles del centro de Monterrey y murió mientras hablaba por el celular con su novio. Murió un día cualquiera, haciendo una cosa cualquiera, quizá totalmente de imprevisto.

Cuando estudiaba en la University of Wisconsin Eau Claire, el papá de una de las víctimas de Columbine, Rachel Scott, fue a darnos una plática.

Rachel Scott tenía 17 años cuando murió en Columbine. Estaba por entrar a las instalaciones de su escuela cuando recibió tres balazos.

Su padre tenía por entonces, 2002, un par de años dando esa misma plática en prepas y universidades de todo Estados Unidos. Su mensaje era muy simple: "Rachel murió para que yo pudiera venir a hablarles de Columbine el día de hoy". Nos dijo: "Rachel sabía que su vida sería breve, de ello dan cuenta sus diarios y notas. Pero sabía que su muerte sería significativa".

Rachel escribió en su diario, el diario que tenía con ella cuando murió, "I won't be labeled as average", porque sabía que de alguna manera su vida trascendería su muerte. Ella hablaba de autenticidad, de vivir una vida significativa, aunque estuvieras destinado a tener una muerte más significativa todavía. Ella decía:

"Don't let your character get camoflaged with your environment. Find who you are and let it stay in its true colors."

Pienso en el padre de Rachel, y en su madre, que mantiene un sitio web dedicado a la memoria de su hija. Y pienso que no hay palabras que describan el dolor de perder un hijo.Recuerdo la enseñanza de un profesor de filosofía: si mueren tus padres, eres huérfano; si muere tu esposa o esposo, eres viudo o viuda. ¿Cómo llamas a quien ha perdido un hijo? No hay palabra, ni consuelo posible. Es el terreno de lo innombrable, más allá de toda expresión en el lenguaje común.

Me admira la determinación del padre de Rachel Scott. Reconocer que la muerte de tu hijo sirvió a un propósito más grande no puede ser fácil. Y pienso en los padres de Lucila, de Jorge, de Javier y de tantos otros inocentes que han dado su vida, sin quererlo, por México.

Y quizá tengo la esperanza de que también ellos han muerto por un propósito mayor.

Para Lucilla Quintanilla, QEPD