miércoles, 21 de mayo de 2014

Mis tenis


Todos tenemos algo así en el ropero: el vestido del día en que nos conocimos, la chamarra que llevé a aquel concierto, el viejo pañuelo del abuelo. En mi caso, es un par de tenis viejos. Cuando camino, rechinan y se quejan. Han perdido el color y un poco las suelas. Les tengo cariño porque calzan como un guante, pero también porque abrazaron mis pies en largas caminatas. Estuvieron conmigo por varios años, y es más: por varias ciudades. Fuimos juntos a pasear por México, Monterrey y Buenos Aires. Conocen Jujuy, sus caminos y sus calles. También estuvimos por la Quebrada de Humahuaca, vieron Bolivia, Chile y Lima de pasada. Pero lo más importante es que a la altura de esos tenis, luego de andar siete mil kilómetros y tres aeropuertos, una vez llegando a Salta, caminé rápido hasta donde estabas y te di por primera vez un primer beso.

viernes, 9 de mayo de 2014

Hoy me vi


Hoy me vi en el espejo, ¿dónde va a ser? Hace mucho que no pasaba, ¿quién tiene tiempo para eso? Me vi la piel pálida, los ojos sumidos, profundas ojeras y arrugas someras. Me vi cansancio, me vi cansada, me vi más vieja de lo que recordaba. Hoy me vi los rizos cayendo desordenados, sin máscara de pestañas y sin color en los labios. Me vi muchas batallas perdidas, sueños abandonados, insomnios caminados y silencios bien guardados. Luego miré mis manos: han perdido lozanía, están manchadas, arrugadas, casi diría marchitas. Hoy me vi, y debajo de todos mis quizá pocos años, de aquellas arrugas y manos viejas, todavía hay una niña que desea brincotear en los charcos. Todavía queda una chispa en la mirada que dice sigue: no todas las batallas serán ganadas, pero al menos podemos soñar que sentadas en un columpio, la vida es sólo subir y bajar.

lunes, 5 de mayo de 2014

Hoy te vi


Hoy pasé otra vez por la plaza de tu pueblo, y por esa banca entre los naranjos en la que te sentabas a hacer la tarea y a soñar, y, tal vez por el calor, tal vez por el cansancio, me pareció verte ahí sentado con un libro entre las manos. ¿A quién estarías esperando? Parecía que llevabas ahí mucho tiempo, tal vez años. ¿Estarías esperándome? No creo, pues a tu vida llegué algo tarde. Te veías como ese muchacho de cabello alborotado y ojos grandes y brillantes que a veces todavía se asoma, ingenuo, cuando compartimos una risa y un cigarrillo. Ese que está ahí debajo de tanto cansancio y tanto tedio. Quise saludar, pero no habría soportado que no me reconocieras: he perdido mi cara de muchacha. Quise parar, pero pasé de largo, porque te veías como un recuerdo, pero uno que no era, que nunca será, mío.