El azar nunca tuvo la intención de que nos encontráramos. Nunca caminamos las mismas calles, nunca nos cubrieron las mismas estrellas. Nunca alcanzamos los mismos picaportes, y nunca te llamé por error, agregando “usted disculpe” antes de colgar el teléfono. Nunca nos tropezamos en el autobús; nunca fuiste ese amable extraño que me sonrió en la calle mientras caminaba recordando alguna amargura. Nunca fuimos al cine a ver la misma película, y nunca estuvimos a punto de vernos al doblar la misma esquina de una calle en la que nunca coincidimos. El azar no quería que continuara alguna historia que empezó como un error: como cuando me caí y ese amable extraño, que no eras tú, me ayudó a levantarme en el parque, o como cuando ayudaste a esa mujer, que no era yo, con las bolsas del mercado. La casualidad nunca jugó con nosotros. Y aún así, nos encontramos.
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