lunes, 5 de diciembre de 2005

Boca-floja



A veces de plano me siento Homero Simpson, con la lengua totalmente desconectada del cerebro. Este fin de semana, esto ocurrió dos veces:

El sábado hicimos una excursión familiar a comer, para celebrar que mi hermano el Poyo, después de mucha sangre, sudor y lágrimas, terminó el servicio militar en la marina. Durante la comida, mi hermano Ditto hizo un comentario sobre el servicio, y justo cuando la mesera estaba fuera de mi vista, pero detrás de mí, se me ocurrió decir: ¿Pero por qué estás molestando a la mesera?

El pobre Ditto enrojecía de vergüenza cada vez que la mesera estaba cerca, para gran divertimento de mi padre.

El domingo hice con mi madre la reglamentaria visita al súper. Estábamos tratando de elegir un cepillo de dientes, cuando dos niñitos se interpusieron entre nosotras y el display (¿quién pensó que poner los displays a la altura del suelo era una excelente idea?). Los chamacos revolvieron todo, uno de ellos se levantó y se fue, y el otro, al momento de intentar la graciosa huida, dejó caer un cepillo al suelo. A mí de plano se me resbaló el ¡Ay, niño, recógelo!. El pobre niñito –tal vez desacostumbrado a recibir tanta atención por parte de una sola persona-, se quedó frío en su sitio, cogió el cepillo y lo acomodó con cuidado, mientras yo me sentía a punto de recibir un golpe por detrás, propinado por la ofendida madre y muy merecido por andar de metiche. Afortunadamente no fue así.

¿La moraleja? No la hay...

Creo que ya necesito vacaciones.