Creo que compramos los boletos hacía más de seis meses, ¡claro! ni de locas, Lore y yo nos ibamos a perder el chance de
ver en vivo y en directo a una de las bandas que, en definitiva, marcó nuestra adolescencia.
Llevamos a Ernesto, el marido de Lore, y a Mona, mi vieja amiga de aquellos años de la prepa en los que al son del
Maldito Duende e
Iberia Suergida nos volábamos clases para ir a echar unas cheves por ahí a cierto lugarcito cerca de la escuela que fue muy 'noticiado' años después de que gracias a nuestro grupito, el dueño del lugar se compró coche.
La cuestión es que llegamos al Foro Sol rayando las nueve, hora en la cual iniciaba el concierto y en la que
el estacionamiento del Foro estaba lleno, el del Palacio estaba lleno, los de las calles aledañas estaban llenos, e incluso las calles y banquetas a varios kilómetros a la redonda estaban llenas.Luego de atravesar un trafical espantoso un franelero nos dijo: "Déjelo aquí, joven, por cien pesos". En pleno eje vial... por supuesto, el instinto dijo "Ni ma..." y luego de una vuelta fenomenal que nos sacó al Viaducto, llegamos al corralón de Palacio de los Deportes.
"Tú métete y dejámelo a mí", fue la instrucción que dió Mona antes de bajarse del coche a decirle a "mi comandante" que si nos daba chance de dejar el coche ahí.
El poli, muy feliz por la cantidad de mordidas que iba recibir esa noche, dijo que sí, que lo dejáramos, pero que ya se quedaba ahí. Tras la recomendación de no dejarlo en la banqueta "porque ahorita nos los vamos a llevar a todos", volvimos a la caza de un lugarcín, el cual hallamos dentro del Velódromo, menos mal que no fue en la calle, caray.
Ya eran las diez.
Caminando a toda prisa haciamos lo posible por llegar todavía siquiera a verlos decir "gracias, fue un placer". La travesía, que incluia obstáculos fabulosos como escaleras, puentes, grietas, vendedores ambulantes, policias malencarados y los usuales grietas y baches, se complicó aún más porque Mona, recién llegada de su chamba en Puebla, vino a dar con taconzotes que sin duda eran un martirio hasta que llegamos, cuando
los Héroes del Silencio justo acababan de salir a escena.Fue genial.
Para una banda de clubes, como la calificó el mismo Bunbury, el Foro Sol, atiborrado como estaba en una noche de clima bastante clemente,
les quedó chiquito. Tocaron todas las rolas fundamentales y dieron un muy buen show de luz y sonido, y lo más increíble es la gente coreaba todas las rolas,
dicen que 60,000 asistentes.
El detalle simpático (¿Por qué no habría de haberlo?), fueron nuestros vecinos, los
dealers de enfrente, que no bien se arrancaron con
Bendecida,
empezaron a rolarse un carrujo de mota que nos tuvo en las nubes a todos por ahí, no sólo por el hornazo insalvable, sino porque varios se acercaron a tratar de comprar. Amén de eso, y de que él y su novia dieron show, el recorrido por
memory lane fue fascinante.
Ya nos amenazaban con irse, cuando regresaron, porque ¡claro! les faltaba lo fundamental,
La Chispa Adecuada, que
a la luz de unas 60,000 pantallas de celular y encendedores coreamos todos con harto gusto, porque aunque las letras de algunas rolas ya se empiezan a perder entre los
bytes de la memoria, de esa sí nos acordamos.
Tramposo Bunbury:
nos hicieron creer que ya se iban, y camino a la puerta escuchamos los acordes de una más. Los cuatro nos miramos: en ese mar de gente, salir con todos ellos iba a ser horrendo. Ni modo. Fue mejor así, como dijera Serrat,
como partir sin decir adiós. Con el telón de fondo de los fuegos artificiales que cerraron el primero de los conciertos en el DF, el segundo en México, la aventura aún no acababa. Sin idea de dónde estábamos, dimos un vueltón bárbaro hasta el aeropuerto, para volver al sur,
cansados, engentados y aturdidos, pero felices después de ese concierto que nos debíamos desde hacía ya diez años.Por cierto, Bunbury se quejó amargamente: "En diez años han pasado muchas cosas, no todas buenas. Prendemos la radio y oimos grupos pop, música de kleenex, música desechable... ¿Hay algún productor de radio por aquí? Debe haberlo. Una sugerencia, señores:
¡apuesten por el rock and roll!"
Vaya que, a diez años, se antoja una apuesta redituable en todos sentidos.