La Luna ama al gato blanco, y siempre lo espera al pardear la tarde.
El gato blanco se asoma a buscar a la Luna, y al ronronear parece que la llama.
La Luna es fiel a la cita. El gato blanco, desde la ventana, sonríe y ronronea.
El gato ama a la Luna desde la distancia; sabe que, si se acerca, no podría contemplarla en su inmensidad.
La Luna ama al gato blanco que la ama. Su idilio es mirarse con sigilo a la distancia.
El gato mira a la Luna, seguro de que ella lo mira de vuelta.
La Luna ama al gato blanco, desde su infinito silencio.
El gato blanco se da baños de Luna, esperando impregnar su pelaje de un aroma que apenas adivina.
La Luna está llena. Su luz se refleja en los bigotes del gato blanco, como una caricia atrevida.
El gato blanco se deja alumbrar por la luz de la Luna. Espera que ella le indique el camino hacia la felicidad.
La Luna desea esos bigotes que visten de sueños al gato blanco.
El gato blanco se imagina en la Luna. Sería un gato lunar abrazado a su blancura por una eternidad.
La Luna observa al gato: su pelo blanco la invita pensar que es un poco lunar.
El gato lunar retoza en la hierba. La Luna sonríe. Su amor distante es complicidad y ternura.
Al alba, el gato blanco se despide de la Luna y se sonríe.
Al alba, la Luna dice adiós a su gato blanco y se sonroja.
El amor del gato blanco y la Luna tiene tintes de leyenda.
Ellos lo ignoran, felices, con los ojos llenos de mirarse.
Para William.