Solía decir todo lo que pensaba, y sentía todo lo que decía, hasta que, qué ironía, la palabra dicha fue dejando heridas repartidas. Heridas en mis manos, que ya no podían asirse a los sueños que una vez las animaron. Heridas en mis pies, que ya no podían andar las sendas inexploradas del deseo. Heridas en mi cabeza, que ya no era capaz de imaginar otros mundos y otras imposibilidades. Heridas en mi corazón, que ya no amaba. Entonces mis manos agarraron lo cotidiano, mis pies caminaron por andar aunque sin rumbo, dejé de imaginar y ya no sentía nada. Entonces ya nunca más dije lo que pensaba, sospecho ahora que en realidad nadie lo dice nunca. Ahora floto sobre la inercia de la vida en un silencioso y dolorido “quizás”. Ahora todo lo que siento se pierde en el abismo de lo no dicho, donde las palabras temen ser.
Hace 1 año.
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