miércoles, 1 de febrero de 2012

No es un final

Me es muy difícil lidiar con los finales, porque todos mis finales han sido tristes. Lo que me recuerda el momento más triste de mi vida, hasta ahora. La historia es así: participé en un espectáculo de la escuela, tocando el violín. Había cantantes, bailarines y otros músicos. Hacíamos covers de temas de películas, y como pasa siempre en ese tipo de actividades extracurriculares, le habíamos puesto al espectáculo mucho corazón, independientemente de lo mucho o poco que nos tocó contribuir. Al final de la última función, los parientes y amigos se acercaron a repartir abrazos, besos, flores y felicitaciones. Lo recuerdo especialmente porque a mí en lo particular nadie fue a verme y nadie fue a abrazarme. Empaqué mi violín, y sin mucho qué festejar, me subí a mi coche y me volví a mi casa sola.

Lo que uno aprende de los momentos más tristes es la felicidad: así de irónica es la vida. Y lo duro de la vida es que no lo aprendes en ese momento: tiene que pasar el tiempo para que tengas perspectiva y empiecen a caer los veintes.

De los veintes que me han caído a partir de esa experiencia el más importante es ese: que lo que me hace feliz es compartir. No importa lo bien o lo mal que estés en la vida, siempre que tengas un testigo de que has vivido, puedes soportar lo que sea, bueno, malo o regular.

Quizá por eso lidiar con este final será más fácil. Después de todo, no es un final: se trata tan sólo de puntos suspensivos. Es el “…continuará…” de mis aventuras jujeñas con el Pinche Rubén, a quien amo con locura, por cierto. Y ahora que lo escribo y lo comparto, me parece que no es tan triste, ni es tan difícil, ni es tan definitivo.

Le agradezco a los lectores que han permanecido fieles a nuestro pequeño drama tuitero: han sido muchos meses de muchas emociones y, sobre todo, de muchas risas. Yo todavía no acabo de asimilarlos y sin duda volveré a ellos muchas veces más, a recrearlos en letras o vayan ustedes a saber de qué manera. Por lo pronto quiero dejarles una última anécdota sobre la que he estado reflexionando estos últimos días:

Una mañana, a Rubén se le hacía tarde para irse a trabajar, y me pidió que le planchara una camisa. Nunca, o casi nunca, lo hace, porque puede hacerlo él mismo y no lo hace nada mal. Y sabe que aunque odio planchar, a él le plancho lo que quiera. Aparte del doble sentido, claro está. Total que yo tomé una camisa de su armario, una azul de tantas que tiene del uniforme de donde trabaja, y se la planché. Salió todo apurado y, ¡zaz! ¡Le había planchado una camisa que ya no se pone porque está vieja y desteñida! Me apuré a tratar de remediar mi equivocación, tratando de planchar una camisa nueva, pero lo único que logré fue hacerlo enojar porque, bueno, así de encimosa soy. Luego de algunos gruñidos, planchó otra él mismo y se fue enfadado. En ese momento me enojé muchísimo. ¿Qué cree que soy adivina? ¿A quién se le ocurre guardar una camisa vieja en el armario? ¿Cómo adivinar que no quería que la planchara yo otra vez? ¡Que no la chifle, que es cantada!

Ahorita me da risa, claro. Pero es una historia significativa por tres cosas. La primera es que uno siempre se acerca a la vida pensando que todos piensan igual que uno. YO no guardaría la ropa que ya no me pongo junto con la ropa que uso siempre. Pero esa soy YO, cualquier otra persona podría hacerlo distinto. Y a veces tienes que atravesar un pequeño drama como este, para darte cuenta de cosas tan importantes como esa: YO no soy todo el mundo, y todo el mundo no tiene que ser como YO.

La segunda cosa importante es deshacerse de lo viejo, para que deje de estorbar. No sé cuánto tiempo más estará esa camisa en el armario de Rubén, pero espero que la eche fuera pronto. Creo que si no soltamos las cosas viejas, las cosas que ya no nos sirven, no vamos a tener espacio para las cosas nuevas. Y léase que por cosas, no sólo me refiero a lo material: también las ideas y creencias viejas deben soltarse cuando ya no nos funcionan para ser felices.

La tercera cosa, obvio, es que a veces por tratar de ayudar, estorbamos. Me pasa demasiado seguido y creo que debo aprender a no hacer lo suficiente y un poquito más, sino sólo lo suficiente.

Supongo que con el paso del tiempo, todos estos meses que he estado viviendo y conviviendo con Rubén me darán luz sobre esas ideas y creencias viejas que debo soltar. Por lo pronto puedo decir que ahora me parece que el amor es algo muy distinto a lo que yo pensaba. Y es mejor. Y para seguir siendo fiel a mí misma, tengo que dejarles por escrito esta última reflexión: sigan a su corazón. No siempre los llevará a donde quieren, pero siempre los llevará a donde necesiten estar, a aprender lo que tienen que aprender, a conocer lo que tienen que conocer y a vivir lo necesario para seguir viviendo.

En Salta, muy enamorados 

Con esto cierro mis aventuras en Jujuy. De lo demás, ya se encargará la vida. Y de alguna otra manera, Rubén y yo seguiremos inventando nuestra historia, que es la mejor historia de amor, sólo porque es nuestra.