domingo, 22 de abril de 2012

A mis 32

Deshojar margaritas lo hacía a mis quince, cuando esperaba al príncipe azul que llegó y se fue, y lo único azul que dejó entre mis manos fue un adiós involuntario. Coquetear con cualquier chico lo hacía a mis veinte, pero al instante dejaban de ser interesantes porque sólo eran envoltorios bonitos de un regalo de aire. Confiar en las promesas lo hacía a mis veinticinco, y me prometieron tantas cosas que jamás cumplieron, que me pensé herida de muerte. A mis treinta, con el corazón herido, no sabía que era capaz de amar a nadie. Hasta que llegaste. No lo he hecho muy bien contigo: es que no tengo práctica en esto de amarte. Y aunque me equivoco, me amas, y porque te equivocas, te amo. A mis treinta y dos, conservo un ojalá: darte ese primer beso una segunda vez, para empezar de nuevo, amarnos más y equivocarnos menos.

4 comments:

Daniel González

Precioso. Y muy justo con las idas y vueltas de la vida.

dubra

Cruda verdad de una bella realidad

Nextor

Lindo y cierto....

Lic. Gemido

Perfecto.