jueves, 11 de octubre de 2012

El tendedero


Estábamos afuera, en el patio. Hacía rato que era de noche. El viento jugaba con las sogas del tendedero, y los broches, como si fuesen pajaritos de colores juguetones, se columpiaban en ellas. Empezaste a ordenarlas, más bien distraídamente: por tamaño, por forma y por color.

—Me recordaste a Benedetti.
—¿Qué de Benedetti?
—“Rostro de vos” —dije. Añadí —“tengo una soledad tan concurrida…”, ¿cómo es que la ordenaba?
—¿Vos tenés soledad?
—No —mentí, —Sólo que verte ordenando los broches me recordó a Benedetti.

Bajo el brillo del sol, los broches en el tendedero siguen pareciendo pajaritos que están a punto de alzar el vuelo. Ya están desordenados de nuevo. Ahora estoy de nuevo afuera, mirándolos. Sigo preguntando al tendedero cómo es que se ordenaba aquella soledad. ¿Por nombre? ¿Por color? Ya no me acuerdo: el libro se ha perdido o se ha quedado muy lejos. No puedo ordenar mi soledad.

Con cariño, para @evagraciela