Fue hace dos años, pero pudo haber sido hace dos semanas o dos días, quizá porque no fue tan extraordinario. Recorríamos un camino de tierra de colores, mirando cerros pintados de azules, amarillos y rojos, un vivo paisaje bajo un cielo azul y un sol que caía a plomo. Tú viste, entre las piedras y el polvo, un muñequito: un oso. “Para la Conejita”, dijiste, o dije yo, ya no recuerdo, quizá no sea importante. Lo guardé. Nos tomaron esa fotografía unos extraños, amigos por dos segundos y un click de cámara con que captaron nuestra alegría. Yo puse el osito junto a la fotografía. Siguen ahí, juntos. Y la Conejita al fin llegó y ese muñequito, esa primer sospecha de su existencia, la espera para cuando pueda tomarlo con sus manitas y, quizá en ese mismo paisaje, en esa misma tierra, escuche esta historia de amor y fe ciega.
Hace 8 años.
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