Era una anciana que llegó al pueblo caminando. Fue hace tantos años, pero aún la recuerdo entrando en la plaza, cantando. Enredada en un rebozo, el pelo cano suelto al viento. En las manos arrugadas un bastón y la memoria de que algún día fueron hermosas. Le preguntaron de dónde venía, como si no se le notase en el rostro devastado. Le preguntaron a dónde iba, como si no la delatase la mirada de niña. Lo importante no era adónde iba, ni de dónde venía, sino quién solía ser y si amó algún día. Lo importante era el amor que le quedó en el cuerpo. El que no entregó. El que quedó incierto. Todavía puedo verla respondiendo sonriente: “soy de quien me amó, y a su encuentro me apuro”. Y así, apurada, dejó su alegría en la plaza de mi pueblo, y se fue a buscarlo. Ojalá lo haya encontrado.
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