Irás sobre la vida de las cosas
con noble lentitud; que todo lleve
a tu sensario luz: blanca nieve,
azul de linfas o rubor de rosas.
Que todo deje en ti como una huella
misteriosa grabada intensamente;
lo mismo el soliloquio de la fuente
que el flébil parpadeo de la estrella.
Que asciendas a las cumbres solitarias
y allí, como arpa eólica, te azoten
los borrascosos vientos, y que broten
de tus cuerdas rugidos y plegarias.
Que esquives lo que ofusca y lo que asombra
al humano redil que abajo qeda,
y que afines tu alma hasta que pueda
escuchar el silencio y ver la sombra.
Que ames en ti mismo de tal modo
compendiando tu ser cielo y abismo,
que sin desviar los ojos de ti mismo
puedan tus ojos contemplarlo todo.
Y que llegues, por fin, a la escondida
playa con tu minúsculo universo
y que logres oír tu propio verso
en que palpita el alma de la vida.
Enrique González Martínez (1871-1952)
con noble lentitud; que todo lleve
a tu sensario luz: blanca nieve,
azul de linfas o rubor de rosas.
Que todo deje en ti como una huella
misteriosa grabada intensamente;
lo mismo el soliloquio de la fuente
que el flébil parpadeo de la estrella.
Que asciendas a las cumbres solitarias
y allí, como arpa eólica, te azoten
los borrascosos vientos, y que broten
de tus cuerdas rugidos y plegarias.
Que esquives lo que ofusca y lo que asombra
al humano redil que abajo qeda,
y que afines tu alma hasta que pueda
escuchar el silencio y ver la sombra.
Que ames en ti mismo de tal modo
compendiando tu ser cielo y abismo,
que sin desviar los ojos de ti mismo
puedan tus ojos contemplarlo todo.
Y que llegues, por fin, a la escondida
playa con tu minúsculo universo
y que logres oír tu propio verso
en que palpita el alma de la vida.
Enrique González Martínez (1871-1952)
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