Pero ahora no es ni el hombre ni el libro: se trata de la puesta en escena que este fin de semana estuvo a cargo de Carlos Nevárez, quien además tenía el rol protagónico. Montada en el pequeño Teatro Espacio de la Facultad de Artes Escénicas de la UANL, con una producción sencilla pero bien lograda, sólo en un par de horas nos regala una visión de "lo que nuestra generación mastica sin sacárselo de la boca", como explica el protagonista y director.
La interpretación de Nevárez en el papel de Millán le añadió una dimensión distinta al personaje: de suyo, este hombre sin adjetivos posee una indiferencia cínica hacia la vida, el universo y todo lo demás; en la versión de Carlos Nevárez, Millán está tan enojado con todo, quizá empezando por sí mismo, que traiciona un poco al antihéroe de su creador. A la actuación de Liliana Cruz en el papel de Diana le faltó quizá cierta inocencia que se aloja en el descubrimiento de nuestras más secretas perversiones; pero sin duda, fue Antonio Craviotto en el rol de Isaac quien le dió a esta versión la dósis de comedia justa y necesaria que hicieron de toda la puesta en escena una grata experiencia.
Será que aún tenía muy fresca la lectura de la obra: aunque no dejo de ser fan del trabajo de estos actores, se me antoja que el clímax fue un poco anticlimático y que hay más en El hombre sin adjetivos que sólo la ira frente a nuestro desinterés en el mundo. Es, después de todo, una buena antropología del yuppi que todos llevamos dentro.
Hace 8 años.
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